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Mostrando entradas de diciembre, 2013

ENCENDER LA PEQUEÑA ESTUFA DE HIERRO COLADO...

Encender la pequeña estufa de hierro colado era un ritual diario y necesario. En los días de invierno, y más en sus largas noches, era un gesto imprescindible para sobrevivir. No importaba el combustible, cualquier cosa que ardiera valía, aunque siempre solía haber bolas de coque –sulfurosas y tóxicas-, y excepcionalmente antracita –un carbón negro intenso, con brillo de diamante, que calienta como la boca del propio infierno-. Sé de lo que hablo, porque en aquellos años, aquello era tan duro, que era el propio infierno. Madrugar, trabajar de noche, pasar noches en vela y en vilo, con todos los rigores de la intemperie, integrados en los huesos y en la médula, apenas era una circunstancia, era la vida misma día a día. Encender la mínima estufa era necesario incluso para llenar parte del tiempo, tiempo al que te enfrentabas cada día como si fuese un combate, sin saber que era el tuyo, tu tiempo, creyendo que solo era el del trabajo, hasta comprender que todo era uno... C