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Los hombres buenos nunca se van del todo. Querido Juan, descansa, que seguiremos tu trabajo de búsqueda de la verdad.

Querido Juan,

Este extraño año que estamos navegando, después de robarnos el mes de abril, nos ha robado tu presencia.

Estamos desolados porque ha sido todo tan rápido, tan atípico, tan solitario, tan silencioso, tan... Que nos cuesta asumir la realidad.

Por eso, desde ya, no dejo de recordarte en plenitud. En los veranos de La Cañada, en las paellas de los domingos, en la chimenea de los inviernos, o en la piscina estival, a la sombra del abeto con el sol de atardecer... Me gusta recordarte así. Recolectando las naranjas, poniendo en marcha el riego después de haber descargado el R12 blanco, con los pertrechos de la ciudad para pasar el fin de semana o las vacaciones. 

Con tu eterna sonrisa, con tu eterno optimismo, con tu mente siempre abierta a lo nuevo, a la historia, a la cultura, a la búsqueda de la verdad. Con esa inteligencia natural -la propia de las personas no dogmáticas-, que derrochabas y multiplicabas en cada palabra de tu conversación, siempre amable, inteligente y con buen humor. 

Nos gustaba hablar Juan. Y hemos hablado mucho en esta vida, aunque no nos viéramos tanto. Porque la vida del siglo XXI impone ritmos frenéticos y, aun siendo vecinos de barrio, en los últimos años, nos veíamos poco. Y aun así, recuerdo momentos preciosos, como el día que fuimos a veros, y presentaros a las pequeñas Esther y Mar, casi recién venidas al mundo. Os arrancamos sonrisas inolvidables a Fina y a ti.

Ahora os habéis reunido de nuevo. Allá donde sea, seguro que estáis ya compartiendo larga complicidad vital que os unía en vida, y ya, también os une en la eternidad.

No te voy a mentir Juan. Estoy triste. Estamos tristes. Hacemos los esfuerzos por entender por qué ahora; por qué mejor ahora; por qué, aunque nunca sea buen momento, mejor así que no asá...

Ya sabes, porque tu sabiduría provenía de la "duda metódica", que este dolor pasará. Que el cerebro tiene mecanismos de desconexión para que no nos maten, ni la tristeza ni la alegría. Gracias a eso, nos quedaremos con el Juan que amamos: El Juan tolerante ante todo. El Juan trabajador, que alumbraba la droguería del barrio, y derrochaba simpatía y bromas con la clientela. El Juan amante de la lectura, de la Historia, de la búsqueda de la verdad; sin sectarismo ni dogmatismo voluntario; capaz de adentrase en los laberintos de la Guerra Civil y la Guerra Mundial, para tratar de entender nuestra memoria colectiva del siglo XX. El Juan, contador de historias del cine familiar que acompañó su juventud. El Juan viajero, que narraba con la visión de las mentes abiertas. El Juan, que, en tiempos muy recientes, me contaba de su ruta, por la calle Marqués de Bellet, y su paso por delante del "Horno Colomer" cuando iba y volvía de casa a "Macosa"... Hasta eso nos unía Juan, un vínculo ferroviario muy antiguo y un vínculo de vida de barrio muy nuevo... 

Aunque nos viéramos poco, ¡qué sencillo e intenso era el tiempo que compartíamos!

No me voy a despedir de ti querido Juan. Sé que ninguno lo haremos, en el sentido clásico de las despedidas. Porque has trascendido a la vida física y te quedas por siempre en nuestros corazones. En forma de bondad y optimismo vital. Por el primer principio de la termodinámica, que te sirvió para tornear piezas ferroviarias, y para tornear y salvar todos los avatares de la vida, vas a permanecer siempre muy presente, con todas las personas que te queremos. Por eso ayer, hasta la inocencia de mis hijas trató de consolar a tu hijo. y la "rubia peligrosa" nos contó una bonita anécdota:

- ¿Sabes qué, papá? cuando me quedé a comer en casa de los tíos, y me puse malita y vomité, y luego no quería comer, el abuelo Juan me llamó y me dio un abrazo muy fuerte.

Pues ese abrazo, hoy lo recibimos todos Juan, querido.

Eternamente Juan. 


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