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DEMOCRACIA A TIEMPO PARCIAL -o, cómo es posible respirar sin aire…-


           
            Dentro de lo convulsos que son los tiempos de la postmodernidad; y en estos primeros momentos en que el mundo está alumbrando, a través de revoluciones -más o menos patentes-, una nueva forma de, si no hacer, al menos entender la política; dentro de este contexto, hay un proyecto político en marcha que corre el riesgo de fagocitarse a si mismo por pretender inventar algo intrínsecamente imposible: la democracia a tiempo parcial.

            El lector me va a permitir que guarde secreto de a qué proyecto me refiero por varias razones. La primera, por no perjudicar a ese proyecto naciente, y aun ilusionante, entre otras razones por la capacidad de autodefinirse que aun tiene. La segunda, porque con el razonamiento en abstracto pretendo demostrar que hablo de un problema universal, intemporal y de pura filosofía política –en cuanto a forma y fondo-, porque de mi razonamiento posterior derivaré, que este no es un problema de otro tipo, más que de coherencia.

            Imagine el lector que un día, harto del lamentable espectáculo político, del lamentable espectro político de España, se siente atraído (como quien encuentra un trébol de cuatro hojas), por un proyecto de nueva política que se autoproclama (entre otras muchas cosas): horizontal y transparente.

            Vaya por delante mi admiración por quienes se atreven, en sentido literal de tener valor suficiente, a dar vida a una idea tan grande y tan necesaria. Y hacerlo con vocación de organización política, de partido, para no caer en la acusación (como se hace al 15M, de manera casi siempre simplista, ramplona y poco fundamentada), de que el asamblearismo es un obstáculo a la eficacia que pretende la acción política. Por tanto una brillante idea, un brillante valor añadido por la forma, y un enorme grado de complejidad organizativa. Complejidad que proviene de la pretensión integradora de querer hacer convivir en el mismo proyecto a más de treinta organizaciones políticas ya consolidadas (evidentemente no todas con igual tamaño, ni consolidación), con sus respectivos afiliados y simpatizantes; con una nueva masa social, completamente nueva en política, que se acerca al novedoso proyecto sin otra afiliación política, en ese momento, que la del nuevo proyecto. Hasta ese punto la idea es buena, buenísima; es verdad que también es compleja, paro para salvar las complejidades existen los gestores.

            Las reglas del juego son sencillas: durante un período, el fundacional, se irán estableciendo bases para que todos esos partidos se integren en condiciones de igualdad, de una persona un voto, en el nuevo partido. Pero la aparente sencillez de las reglas se ha enfrentado a dos problemas:

            1º No cumplirlas. Hay una parte “estratégica” del nuevo proyecto, casi siempre partidos preexistentes y algunos cargos representativos, que no cumplen las reglas mínimas establecidas, desoyendo por tanto a la asamblea soberana.

            2º Aún reconociendo esos errores iniciales, no poner en marcha las medidas necesarias para su corrección.

            Sinceramente no sé cuál de las dos cosas es más grave, pero eso importa poco si al final hay voluntad de solucionarlo. No obstante, cuando entremos en el argumento central de este escrito, tal vez sea más fácil de enjuiciar.

            La aparente complejidad de sumar peras y manzanas (personas y organizaciones en este caso), suele funcionar bien cuánto más pequeña es la organización y menos “activos políticos” presenta (medido en alcaldes, concejales, diputados o cualquier cargo institucional…). El grado de complejidad, sería fácilmente reducible si esas organizaciones políticas más consolidadas y con cargos electorales establecieran un calendario, una hoja de ruta, donde dar cumplimiento a sus compromisos políticos en ejecución (con el horizonte del correspondiente mandato), que contemplara fehacientemente la integración ordenada y comprometida en el nuevo proyecto; y es perfectamente factible hacer convivir dos realidades distintas:

-         Por un lado, las obligaciones políticas derivadas de una situación presente, sea como partido o en coalición, y con el horizonte del mandato para el que fueron elegidos.
-         Por otro, el nacimiento del nuevo proyecto en el que, si esa organización decide integrarse, debe hacerlo en condiciones de absoluta igualdad, y ya no como organización, sino cómo aquellos miembros –personas físicas-, que decidan integrase en el nuevo proyecto, que está naciendo y dotándose de normas para crear algo verdaderamente nuevo, horizontal y transparente; y con el nuevo horizonte de nuevos procesos electorales.

Bien, pues eso, no ha sucedido en algunos territorios del proyecto al que me refiero. Se me dirá, bueno, pero sí está sucediendo en la mayoría de los territorios. Además, se da otra excusa habitual, estamos naciendo, estamos en construcción… Se dio otra excusa en el pasado, la prisa por un proceso electoral anticipado…

Excusas. Sólo eso. Y no se puede excusar un déficit democrático, y seguir llamándose demócrata. Es incoherente, es intrínsecamente imposible, salvo que recuperemos la institución del dictator, que instauró la república romana para momentos de crisis.

Esa es la verdadera gravedad del asunto: Una organización que se autoproclama (entre otras muchas cosas): horizontal y transparente, no puede nacer con defectos tan graves como ha sido la total falta de horizontalidad y transparencia, -aunque sea sólo en parte de su territorio-, en sus primeros pasos. Y si eso es grave en si mismo, juzgue el lector que gravedad tiene saber que se ha atentado contra esos valores esenciales, hasta reconocerlo en asamblea pública, y, lejos de enmendarlo, se reitera en una acción organizativa de partido, que sigue conculcando esos valores.

Quien suscribe este escrito, y otros muchos socios, estamos en condiciones de aportar pruebas concluyentes sobre los hechos que propician la falta de democracia y transparencia denunciadas. No lo hemos hecho hasta ahora más que de puertas adentro, por respeto, por amor e ilusión hacia el proyecto, y por creer y esperar el diálogo que se nos prometió. Pero quienes estamos en esta dura tesitura, no podemos tolerar que un supuesto proyecto regenerador de esta política horrorosa que padecemos los ciudadanos (y muy especialmente los de determinado territorio), seamos burlados, ni siquiera ya como socios de un supuesto nuevo proyecto, sino como ciudadanos, por algunas personas que no practican lo que predican.

Si, precisamente, una de las habituales falacias de la política tradicional, de casi todos los partidos tradicionales, suele empezar por no respetar, ni cumplir, lo que sus normas fundacionales establecen, exigiendo de los ciudadanos lo que ellos mismos no pratican, y, mentira sobre mentira, han construido la falaz democracia occidental del siglo XXI; no es tolerable que en este nuevo proyecto haya personas dispuestas a mirar hacia otro lado, como si ejercer la democracia a tiempo parcial, o según en qué territorios, fuese algo factible más allá del puro maquiavelismo, o el manido concepto de “geometría variable” que tantos éxitos viene produciendo a los dos partidos mayoritarios y nacionalistas, beneficiados por el injusto y desproporcionado sistema electoral que sufrimos todos los ciudadanos.

La Democracia es un concepto radical, como lo son los Derechos Fundamentales.

Y si no somos capaces de entender esto, es que no somos capaces de poner en marcha un proyecto completamente nuevo en cuanto a formas y fondo. Y, entonces, éste será un proyecto más, en la misma tónica anodina y falsaria que sigue caracterizando la política actual.

La pelota está en nuestro tejado, en el tejado del nuevo proyecto, el de todos los socios, los que tienen cargos representativos y los que no los tienen. Por tanto, de todos  será predicable el éxito o fracaso del nuevo proyecto político, del nuevo partido.

Si en el pasado inmediato un proyecto político que se autoproclama (entre otras muchas cosas): horizontal y transparente, hubiese tolerado: mesas de consenso para contentar a los partidos que, de facto, impedían la participación de socios sin militancia, de savia nueva en definitiva, en la nueva organización. Pactos electorales sin participación de los socios. Votaciones con “rodillo” de miembros de otros partidos, que no pagan la cuota de socio, y quieren decidir en el nuevo partido. La exclusión de alguna candidatura electoral, de candidatos elegidos en primarias. La ilegitimidad de un órgano de representación de catorce miembros, que llegó a reunirse y decidir con quorum de sólo tres; que casi nunca publicó actas; que contravino sistemáticamente las normas de voluntad soberana de la asamblea constituyente. La pérdida de socios ya desencantados por estos acontecimientos…

Si ese nuevo proyecto político, hubiese tolerado todo esto, por una supuesta prisa electoral; que lo llevó a reconocer los errores, y alcanzar el compromiso de remediarlo. Y, lejos de ello, hubiera persistido en la falta de democracia y transparencia hasta el momento actual…

Qué otra salida honrosa quedaría a los socios estafados por ese proyecto, que contar la verdad… Hay alguna lógica que indique otro camino…

Es la hora de la verdad, la de hacer catarsis, y partir de cero. Es la hora de sacar a relucir la verdadera voluntad de diálogo para inventar una nueva política, capaz de deslumbrar a toda la sociedad española y, por ende, a Europa y al mundo.

Está en nuestra mano, la de todos los socios, aunque especialmente en las de quienes ocupan cargos representativos, construir este proyecto nuevo de verdad o dinamitarlo.

Ojalá se opte por lo primero.

Rafael García

Valencia 12.02.12

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