El cine está lleno de imágenes estremecedoras, especialmente en los géneros negro, bélico, terror, western... Sin embargo, por mucho cine que hayas visto, de repente un día ves una escena que te impacta, te sobrecoge, te deja helado y hace que tu mente se vaya de repente a otros estadios del horror.
Ayer me sucedió viendo la película “Enemigos Públicos” (una colosal película que muestra una sociedad donde John Dillinger (Johnny Deep) es la “anécdota”, de una mundo surgido tras la “Gran Depresión”, que muestra el poder del capitalismo en su cara bancaria y como el estado norteamericano no reparará en medios para combatir el ataque a sus bancos.
La escena consiste en una persecución a tiros, tiros brutales, de armas de gran calibre. El perseguido es un delincuente, Charles Floyd, “Pretty Boy Floyd”, y huye campo a través, perseguido de cerca por varios agentes de la autoridad. De repente la escena se clarifica y se ve al perseguido atravesando un campo de árboles frutales. Seguramente firma su sentencia de muerte al optar por correr en línea recta, entre dos hileras de manzanos, en lugar de hacerlo en zigzag –es fácil pensar esto al glosarlo, pero debe ser muy difícil obtener una conclusión así cuando te persiguen para matarte y tu corres sin parar agotando la capacidad pulmonar...-. El caso es que esa circunstancia es la que permite al agente especial Melvin Purvis (Christian Bale), actuar como lo haría un francotirador conocedor de su puntería y su arma; pone rodilla en tierra, carga el Winchester semiautomático casi con lentitud mientras el delincuente no para de correr; amartilla ambos gatillos mientras busca su objetivo a través del visor; hace un primer disparo fallido; y, unos segundos después, atraviesa al pobre diablo que corría. El pobre diablo aún se desangra a borbotones cuando los agentes del FBI llegan a su altura, y aún deben desarmarlo. Un pobre diablo, sin duda, delincuente y violento, que aún se permite despreciar al superagente Purvis, porque sabe que va a morirse y lo último que haría es echar una mano a lo putos maderos...
La muerte profesionalizada; vista en primer plano; centrada en un visor; casi ritual; casi justificada por el principio de que si no disparo yo, me disparan a mi...
Y mi pregunta es: ¿por qué me parece tan impactante este acto físico de ver cómo un ser humano le quita la vida a otro?
Ya el siglo XX, y mucho más este siglo XXI, evidencian cada día que se mata mucho más por parte de hombres a la sombra, que nunca empuñan un arma, que esta figura clásica que acabo de describir a través de una escena cinematográfica... Y sin embargo no somos conscientes de la trampa que los gobiernos corruptos y asesinos utilizan para ocultarnos la parte verdadera de la escena, mientras nos enseñan la evidente.
Claro que es horrorosa la muerte en directo, de cualquier tipo, incluso la que se realiza en nombre de la justicia. Pero en estos tiempos, en que un presidente de los EEUU, premio Nobel de la Paz (ja ja ja), manda aviones no tripulados para matar personas; entiendo menos todavía por qué me impactó tanto la escena descrita. Tal vez porque supuse que ese hombre (Melvin Purvis, agente del FBI), por más que lo hiciera en nombre de la ley, se iría esa noche a su casa y tendría que dormir, con la conciencia de haber matado a un hombre…
¿Que fascinación extraña nos produce ver la muerte en directo?, aunque sea de ficción, y a cambio ignoramos a diario que hay una manera silenciosa, y VERDADERAMENTE TRÁGICA, de homicidios constantes propiciados, tolerados, promovidos, consentidos por el poder oficial. Especialmente por el poder económico.
Las 60.000 muertes diarias por hambre, son un goteo genocida consentido por los poderes económicos y propiciado por todos aquellos políticos que mantienen las estructuras de dominación surgidas del colonialismo, y empresarios que se benefician de ello, para especular con los precios de productos básicos que, en el primer mundo se traduce en carestía, pero en el tercero y cuarto se traducen directamente en muerte... Muchos de ellos, se sientan a una mesa con nosotros algún día, o entran en nuestras vidas, en cualquier evento coincidente, como si fuesen probos ciudadanos. Y hasta les estrechamos la mano, sin que la sangre seca que las impregna nos manche o nos importe.
Por eso, cuanto más lo pienso y lo escribo, menos me lo explico. Somos capaces de llorar viendo “La lista de Schindler”; nos horroriza volver a ver las imágenes de las torres gemelas en llamas derrumbándose; las horrorosa imágenes de Madrid en el “11M”... Pero somos incapaces de comprender que el mal es mucho más profundo que esa muerte tosca y evidente que nos repugna y nos duele –con razón-: porque se ve la sangre a borbotones, porque se ve el tránsito de lo dinámico a lo estático, de la vida a la muerte; y que detrás de esas muertes evidentes, como causa primigenia, esta la muerte invisible causada por los poderosos, que ocupan sedes empresariales y parlamentarias, violando día a día cualquier atisbo de democracia y de humanismo, si ello es necesario para mantener su élite y su fortuna.
¿Qué nos pasa para no entender esto? Y, si lo hemos entendido, ¿por qué no hacemos nada por evitarlo?
Si uno vuelve a la película de donde saqué la escena, como dije, la historia de John Dillinger (por más que fuera calificado de “Enemigo público nº 1”), es la historia de un cierto Robin Hood; si no en el sentido estricto de dar a los pobres lo que robaba a los ricos, si en el sentido de no robar a los pobres que depositaban de manera humilde unos escasos dólares en el banco, sino al propio banco. Uno puede reconstruir, a través de la película, un momento social que ayuda a explicar este absurdo mundo:
En el año 1933, EEUU se recuperaba como podía de su crack del 29 –bueno, y el resto del mundo-. Una quiebra causada, una vez más, por los especuladores sin límites y un sistema financiero siempre al servicio del dinero fácil, antes que a favor de la justicia social. En ese contexto, seguramente se expandieron dos arquetipos como la pólvora: los suicidas y los atracadores. Seguramente los primeros en la primera parte de la crisis –como reacción desesperada del que lo ha perdido todo-; y los segundos, a posteriori –como reacción desesperada del que nada tiene que perder-. Seguramente proliferaron los atracos a bancos, y John Dillinger y los suyos no eran unos angelitos, ni mucho menos unos héroes.
Pero es curioso que los atracos a bancos, que son un clásico de la historia de la humanidad desde que se inventó el horroroso dinero, suelen aumentar en tiempos de crisis (lo recuerdo como una etapa vivida personalmente, a través de la prensa de los años de la “Transición Española”). Porque en tiempos de crisis, cuando hay tanta gente que nada tiene que perder, el banco (que de normal no tiene buena prensa justamente ganada), se convierte en una provocación en si mismo, casi en un agitador social, que sigue acumulando aquello que todos necesitamos, y ellos manejan de modo discrecional y siempre especulador.
Ya digo, no eran unos angelitos Dillinger y los suyos. Seguramente, ni más ni menos que tantos ejecutivos y políticos de este horroroso S XXI que nos ha tocado en suertes...
Rafa García
22.07.12
No he visto la pelicula, pero he corrido entre manzanos en linea recta con tan poco oxigeno, tan acalorada que, el fresco se puede confundir en sofoco, el aire en polvo, el suelo mullido en asfalto que retumba en tus pies como gong de un dolor sordo.
ResponderEliminarY, el sitema tambien nos ha engullido, la religion nos ha engañado, el colegio nos ha confundido, y la politica, simplemente nos ha estafado. Somos productores de impuestos, esclavos de posesiones, amantes de imposibles, fieles, adeptos, de fantasias animadas de ayer y de hoy.
Siempre habra un francotirador en la esquina de nuestros sueños que nos despierte, pero, no voy a correr... ya no voy a correr... tengo paciencia y creo, que les he pillado.
La trama? esta por desarrollar, solo necesito tiempo, un poco de tiempo...
Enhorabuena... te has desbloqueado... y yo sigo sin tildes.
Gracias poe tus palabras. Me alegra leerte, y saber que les has pillado...
EliminarCuenta conmigo para luchar en esa causa.
Veo que sigues en forma ;)) Permíteme que en la línea de tu entrada te invite a leer la mía: http://deducacionfisica.blogspot.com.es/2012/07/lo-que-nos-afecta.html ...y es que no aprendemos.
ResponderEliminarEsa fascinación de la que hablas en mi opinión es pura curiosidad derivada en simple morbo, que no es sino otra de nuestras "grandes" cualidades como especie. (Por cierto te invito a que busques en el diccionario de la RAE la palabra curiosidad y no dejes de sorprenderte).
ResponderEliminarEn cuanto a esa incapacidad, no de reconocer, pues la lógica es aplastante, pero sí de valorar sentimental y escalonadamente los hechos, es fruto del grado de proximidad, física y emocional, a lo acontecido. Ello permite que, en la práctica, aunque sea algo éticamente monstruoso, se sienta más la muerte de una mascota que la de miles de seres humanos desconocidos y lejanos. O que nos impacte más la muerte truculenta en una película gore que una desintegración instantánea en una de ciencia ficción.
Esto no sería algo tan dañino como lo es en realidad si quedara reducido al terreno de los sentimientos, pero cuando pasamos al terreno de los hechos damos el paso verdaderamente duro: solo reaccionamos de verdad ante lo que sentimos de forma directa, por encima de la razón, de manera que si no es algo cercano a nosotros, en el sentido más amplio que podamos imaginar, y localizado, nuestros actos se difuminan. Tenemos ojos y oídos, pero ni vemos ni escuchamos a tanta distancia.
Como bien sabes, amigo Rafa, homo hominis lupus.
Saludos desde Arcoíris. ;-)
Gracias por la sugerencia Miguel. Pasé un buen rato sorprendiéndome con las "curiosas" acepciones del término curisosisad...
EliminarUn caluroso abrazo amigo!
Rafa.