-Atención:
este escrito puede ser perjudicial
para su salud mental-
Acabo de leer
completa la noticia de la muerte del embajador de Rusia en Turquía. Lo leo en
El País del día 20 de diciembre de 2016, con el poso de una semana. Matizo esto
porque el día del suceso –con el cansancio de una dura jornada-, por la
noche me quedé con el impacto del mero titular, sin valorar el abismo que se
abría.
Hoy, leo la
noticia completa, y se me eriza el vello… No, se me ponen los pelos como
escarpias… No.
Tampoco.
No. No me
pasa nada de eso (eso es literatura). Mi cuerpo, ya pasados los 52, ahíto de
momentos emocionales y acostumbrado al esfuerzo, no se impresiona fácilmente...
Aun así,
se impresionó con el suceso.
Dejémoslo ahí.
En la impresión…
Ahora, vamos a la
razón, y, de paso, a la sinrazón.
--------------------------------
Another brick in the Wall
Es todo tan
previsible,
y tan
ciegos consentimos,
creyendo que no
lo es…
Y lo es.
Pero nos
movemos por inercia, por obligación, por miedo,
con el
cansancio de que nos lo mandan, nos lo ordenan,
como que es el
plan de nuestra vida, pero diseñado por Otros.
Con la pérdida
de la voluntad, sobre la vida propia,
huérfanos de la Cultura Verdadera,
esa piedra
angular, que vemos lanzar,
y no nos da, cuando no la
esquivamos a propósito…
Ayer, hoy,
seguramente mañana...
Qué prisa
tenemos por saciar al cuerpo,
sin llegar a
comprender al alma.
Hace escasos
seis siglos, en Estambul, mientras la muralla de Teodosio apenas contenía al “infiel”,
la vieja Constantinopla desparramaba su ordenada desesperación.
Era la misma
ciudad que hoy, “infiel”, construye un túnel a 107 metros de profundidad bajo
el lecho del Bósforo para conectar Asia y Europa, cuando -lo más útil para la
Vida-, habría sido conectar el corazón cristiano (de varios pelajes), con
el musulmán (de otros tantos) y el judaico (tal que también).
Hoy.
Ayer. O hace 2016 años,
lo
más lógico era la paz del cálido pesebre en medio de la pobreza,
pero
la vida real escapaba de la vida marcada,
por
el impacto de un oriente que bulle,
siempre,
como
el borbotón de una surgencia sulfurosa,
mientras
gentes -lejanas y poderosas-,
deciden
sobre las vidas de sus habitantes…
Ayer.
Hoy. Qué más da el momento,
los
judíos judaicos que masacran palestinos musulmanes,
son
la metáfora -permanente y actualizada-,
de
la total ausencia de paz.
Siempre.
Es decir: Siempre.
Más
allá de los montes Zagros habitan gentes bárbaras,
desde
siempre, según el poder oficial.
Y
mientras la Historia sigue -circular-, contando esa versión de los hechos,
la
pobre gente inocente muere de incultura, de balas, de bombas, de inasistencia,
de olvido, de desidia…
La
pobre gente que sólo quiere vivir: Muere.
A
manos de quien sea, pero muere.
A
manos de alguien enfadado, y más poderosos que él,
siempre
muere…
Así
murió el embajador ruso en Turquía.
Seguramente
bajo razones “razonables” -en forma de bala-,
de
un policía -¿cabe estar más integrado en el sistema?- turco.
Puede
que muriera, bajo el peso de la Historia...
Tal
vez, como cuando el desmembrado Imperio Otomano no se resignó a su fin y
“organizó” la Gran Guerra…
Tal
vez porque, ahora, ya vivimos esa Tercera Guerra Mundial, y todo cabe.
La
Constantinopla “cristiana” cayó por un símbolo premonitorio llamado kerkaporta:
un enigma tan grande como vulgar. La Traición,
ese símbolo tan premonitorio, como clásico, y como objeto
necesario de la Política, para el Cambio.
La
muerte a tiros del embajador, de la histórica segunda potencia nuclear del
mundo, en tiempos en que una Tercera Guerra Mundial, no declarada –pero real-,
se parece contradictoriamente a un escenario de “Guerra Fría” (en el que nadie
se fía de nadie y en el que siempre mueren los Otros…); en tiempos en que
todo el horror sigue concentrado entre el Tigris y el Éufrates, en lindes en
que históricamente situamos el nacimiento de la “civilización”... (Menuda
ironía, ¿no?); en el mismo año en que se cumple otra premonición: la de Norman
Mailer y su Caída del Imperio Americano, a manos de unas urnas que refrendan a
un Clown que admite mil calificativos negativos y tiene en su mano el botón
rojo de la primera potencia nuclear…; cuando la muerte en directo es máxima
audiencia, porque ha superado los “inmorales y simplones" experimentos
cinematográficos de finales de los 70…; cuando el necesario debate entre los
límites del derecho a la información, la vida y la dignidad, no será noticia,
porque no será.
Cuando
todo eso sucede frente a espectadores atónitos, cobra más sentido que
nunca conmemorar por todo lo alto (incluso como premonición) la
Matanza de los Santos Inocentes.
Reconozco mi
imposibilidad (no sé si espiritual o racional) para entender que la simbología
de un mensaje de amor y esperanza se resolviera en un doliente crucificado. Muy
coherente con ese estilo, la hagiografía -y especialmente el martirologio-,
llevan siglos construyendo una épica basada en una brutal contradicción entre
el amor y el sufrimiento, que hace al mundo judeocristiano presa permanente del
diván sicoanalítico. Y del polvorín. El dualismo viviente por superar, o no, la
Ley del Talión, nos sigue condicionando la Vida como en tiempos bíblicos.
Cada vez tolero
menos la costumbre de confundirlo todo. Pero me hago viejo. Y me cuesta
evitarlo (y me entra el miedo de Philip Roth). Y me hago líos de los que luego,
no sé salir...
Ah, sí. Yo
quería hablar de religiones y barbarie.
Llevo
años creyendo que Jesucristo -verdadero adalid de la libertad y el
amor-, seguro que no aguanta a los meapilas que lloran ante su crucifijo, se
dan golpes de pecho y perdonan de mentirijillas, sin atender al verdadero
perdón: al de la catarsis, al de reparar el daño causado, permitiendo el
verdadero olvido. Pero ahí siguen ellos, dominando el cotarro y creyéndose
favoritos del Hijo de Dios, al amparo de una Iglesia institucional que
consiente, y hasta fomenta (pese a los heroicos esfuerzos del Papa
Francisco).
Esa Iglesia que
se apoderó del nombre de Cristo, validó una suerte de perdón de boquilla, que
los poderes políticos en connivencia, usan tan interesadamente, que las
consecuencias no podían ser otras que las que hoy son: la corrupción permanente
gobernando y dando lecciones morales, la Idiocracia del consumo hecha
cine en estos días, la barbarie retransmitida en tiempo real, o la locura
del diván colectivo...
Se me va la
olla, lo sé, todo esto que cuento es el desvarío de un loco, un sindiós,
un pandemónium… (Pero es mi desvarío y mi blog...)
Y encima aún no
me he metido con la otra religión del Libro que faltaba: Con los de la “Guerra
Santa”. Ay Dios. O ay Alá, o… ay, ay, ay... Esa religión contra la que luchan
-a brazo partido-, las otras 2 religiones del Libro, casi desde la propia
Hégira...
Por supuesto,
cada una con su Libro, que es el Único Verdadero...
Y aún hay quien
se extraña de que, haber alimentado la idea suicida de que se puede -y hasta se
debe-, morir por un Dios (se llame como se llame), no era buena idea…
Pues no sé.
Seguramente la Historia me confunde. El mismo Imperio, que en su dorada
República pulió la idea de “reparar el daño causado”[1] como
base de la paz y fin del conflicto -una obra civilizadora colosal-, en su
decadencia constantiniana abrazó la idea del perdón y el olvido -más de
boquilla y menos reparador-… Y así terminamos, en la larga noche de la Edad
Media…
Recuerdo, muy
de niño, en esos grises finales del franquismo, la insistencia argumental de
tantos mayores con aquello del "perdón y el olvido". Ese había sido
el triunfo del régimen de la bestia. Igualar responsables. Anular el principio
de legalidad. Hacer creer que no había nada que reparar o, peor, que todo
estaba reparado gracias a la ingente y generosa obra del padrecito... En fin,
la Cruzada. Y ya aparecieron los púlpitos de nuevo...
Es curioso, que
en el tránsito de la Edad Media, al Renacimiento, la Modernidad, y hasta la
Postmodernidad, la fastuosa idea de justicia, de reparar el daño causado,
no paró de crecer y asentarse como axioma jurídico fundamental. Es curioso, que
las oligarquías económicas, capaces siempre de litigar hasta el último maravedí
para resarcir sus insaciables demandas dinerarias, suelen ser incapaces de ver
la necesidad de resarcimiento moral del Otro. Es curioso que los templos
(seguramente de todas las religiones del Libro), están llenos de estos
poderosos oligarcas que otrora el propio Cristo tuvo que expulsar a látigo...
Y en este
alumbrado y decadente siglo XXI, donde en cada minuto de existencia, se genera
más información que en todo un año del siglo I, seguimos aferrándonos a toda
suerte de viejas ideas, antes que mirar al enemigo a la cara, para comprobar
cuánto nos parecemos, o antes que sentarnos en la misma mesa para responder a
unas simples preguntas:
¿Qué podemos
hacer para ser Todos más felices? ¿Qué podemos hacer para que el amor
verdadero, sustituya al odio mediocre y artificial? ¿Qué podemos hacer para no
temer al Cambio, cuando lo conocido nos da tan malos resultados…?
Ahora, que
acabo de hacer estas preguntas, acabo de caer en la cuenta de que al “Día de
los Santos Inocentes”, también se le llama “El día de las Bromas”…
¡Feliz
Año Nuevo!
[1]
Probablemente la mayor obra civilizadora del Derecho Romano, que comienza AUC,
en los tiempos de los conflictos de Ticio y Cayo sobre predios y vacas; y
sigue, sin apenas cambios sustanciales, en el Derecho de Daños del Siglo XXI.
Muchas gracias por el esfuerzo que, sin lugar a dudas, pones en la creación de tu blog; pero sobre todo, por tus lúcidos desvaríos.
ResponderEliminarGracias amigo. Un abrazo.
EliminarChapeau....por tus reflexiones....la verdad es que habren los ojos y la mente a quien lee tus líneas.....una sorpresa....sobre todo para los que te conocemos aunque sea un poquito....sigue así.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Un abrazo.
EliminarGrcs y enhorabuena x tus pensamientos Rafa. Estoy impresionado.
ResponderEliminarFuerte abrazo y feliz 2017, Q falta hace.
Me alegra Juan. Abrazo y feliz año también.
Eliminar