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TRANQUILO, NO ES NADA QUE NO SE CURE CON UN POCO DE TIEMPO


-          …¿La verdad? Pues… -se rascó la cabeza, pensativo, ausente-, no tengo ni idea de cuando empecé a sentir esto.

-          Vamos a recapitular, a ver qué cosas recuerda. ¿Recuerda haber comido algo que le supiera raro en las últimas 24 horas?¿Bebido?¿Y si no le supo raro, que haya tenido retortijones?¿Nauseas?¿Que haya ido al baño más veces de lo normal?

Mientras el hombre pensaba mirando a la nada de la pared, el médico ojeaba el informe de urgencias. “Varón, indocumentado, no recuerda su edad, ni su nombre. De apariencia saludable. Piel irritada, posible atopía. Algo abandonado en el aseo personal. Habla normal, con alguna incoherencia en el discurso. Constantes vitales normales. Sin fiebre ni dolor. Lo trae el SAMU en ambulancia ante una llamada anónima: al parecer discutía acaloradamente en la calle con una persona de color, junto a un contenedor de basura y cayó como paralizado”

-          Lo último que me había comido era el trozo de pizza cuatro quesos que le quité al “puto negro” ese…, aaaaahhhh –quedó fulminado mientras decía estas palabras…

… comenzó a temblar, a decir incoherencias…, parecía una convulsión. El médico lo sujetó mientras llegó la ayuda. Aplicaron el protocolo de urgencia ante una crisis convulsiva. No llegó a perder la consciencia en ningún momento. Se serenó. Comenzó a hablar con normalidad.

-          Tenía mucha hambre. Mucha. Pero supongo que Benjamin tenía más que yo. Si no, no se habría metido en mi contenedor. No es la primera vez que pasa. Discutimos. Puede que esta vez se me fuera la mano. Pero es que es un ”cabrón negrata” que…, aaaahhhhggggg –se repitió el mismo cuadro, aunque esta vez sí llegó a estar algunos segundos inconsciente…

Ahora era el médico -un joven residente con la mirada cansada, como de alguien mucho más mayor-, quien se rascó la cabeza mirando al horizonte inexistente de la pared blanca plomiza. Esa luz mortecina de la madrugada, cuando uno está cansado, se apoderó de ambos, se apoderó de la estancia. Tal vez se había apoderado del mundo y nadie se había dado cuenta. O, lo que era peor, todos nos habíamos dado cuenta pero lo habíamos asumido con normalidad: El culpable de nuestras desgracias, era siempre nuestro otro yo; era siempre nuestro hermano en la miseria… Y ese, ya era el orden natural de las cosas.

Se miraron a la cara paciente y médico. Intercambiaron miradas de rumiante. Un olor a desconfianza inundó aquel box y, en apenas segundos, la desconfianza transmutó en un agradable aroma a lluvia recién caída sobre el bosque.

-          ¿Sabe una cosa doctor? He estado a punto de salir corriendo hace un segundo. No sé qué me ha pasado, pero ahora ya no quiero huir. Estoy harto de huir, de querer ser invisible, de querer ser no sé qué… Ahora le quiero contar mi vida. Pero, tranquilo –le dijo más por pura cortesía que otra cosa, ni el médico puso cara de espanto, hasta parecía relajado-, no le entretendré demasiado. Va a ser muy corta. Benjamin y yo compartimos contenedores hace tiempo. Un día dejamos de compartir y empezamos a competir. Al principio era divertido porque, cuando vives en la calle, hay que llenar el tiempo como sea para no volverse loco… -tomó aire profundamente antes de continuar-. Fue bien hasta que agoté todas mis ayudas, y me entró mucha rabia porque Ben aún tenía la suya. La verdad es que, más que una ayuda es una limosna. Una basura de ayuda, pero yo se la quise quitar, le quise quietar su pequeña basura, su minúscula basura, cuando él siempre comparte su nada con todos…- y rompió a llorar con un desconsuelo tan profundo, tan sincero, tan antiguo que la estancia del box pareció enfriarse casi de golpe, hasta ser una cámara frigorífica…

 
Pero lo más sorprendente estaba por llegar. Y llegó. En forma de diagnóstico médico, del joven médico que ahora tenía el aspecto de un bondadoso anciano con cara de niño:

-          No se preocupe Manuel, porque ese es su nombre, el nombre que no recordaba. Lo que usted sufre es un ataque de bondad. Al parecer este año viene más intensa que nunca. Casi casi como la "gripe española" de hace un siglo. Pero no se preocupe que ésta no mata. Simplemente es molesta hasta que uno aprende. Verá, cada vez que diga “puto negrata”, “puto moro de mierda” o algo parecido, entrará en estado de shock. Bueno, seguramente también le pasará cada vez que mienta o intente robar, aunque sea una canción, una palabra, o una idea. Cuando sea violento con sus compañeros, o con su familia. Cuando defraude. Cuando manipule palabras o emociones sabiendo que hace daño… Pero no se preocupe, que guardando un poco de reposo y siendo bueno, en un par de semanas está usted como nuevo. Y a volver a los insultos cotidianos…

-          Entonces, doctor, ¿me puedo ir ya a…, casa –llamaba casa a su calle porque llamarle calle dolía demasiado-?

-          Claro Manuel. Cuando quiera. Y aproveche bien el día, porque esta noche se acaba todo. Y mañana, tiene que nacer.

-          Pero, doctor, yo creo que todo ha empezado esta mañana.

-          Claro Manuel, claro. Como nos pasa a todos. Cada día. Todos los días…

 

Le llamaban Manuel

nació en España

su casa era de barro, de barro y caña

(Joan Manuel Serrat, 1969)

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