Compruebo, con estupor, que el año pasado no escribí felicitación navideña marciana (sí, de marte, del planeta rojo -que hay que explicarlo todo...-, de eso que metafóricamente, es “algo raro”, “de otro planeta”, como un ser verde con pinta rara, aunque sea de un planeta rojo) Vaya, verde y rojo, como el Grinch y Papá Noel, como el primer color de la "CocaCola" y el de la sangre -dos fluidos sin los cuales no se entiende la vida…-
Empecemos de nuevo, no hay estupor que valga, el 2020 no existió, fue el año de Pandemia en que nos robaron la primavera. Nos robaron el mes de abril, y año sin primavera no puede germinar, no puede vivir, por eso, aunque lo pasamos, no lo vivimos. Pobre 2020, exististe, aunque no fuiste, por eso, te tomamos manía. Como si tú tuvieras la culpa de algo. No exististe, pero nos traspasaste, y no nos quisimos despedir de ti como un año normal. 2020 penas, eso fuiste...
Empecemos de nuevo. Lo he visto con absoluta tranquilidad. Me ha extrañado, porque desde que comencé a escribir la marciana felicitación de Navidad, o la felicitación de Navidad marciana (allá por 2005, sin contar las inéditas), no concebía mi Navidad sin ese acto. Como si fuese mi rito iniciático de cada invierno. La siempre sorprendente vida me volvió a dar una lección: ¿Y qué pasa si un año no escribes tu marcianada? Pues eso. Nada. ¿O sí paso...?
A ver.
Escribo para vivir. Escribo para entender la vida. Escribo para dar valor a las palabras. Porque no tenemos nada más para entender la vida, para explicar lo que sentimos, y lo que hacemos; incluso lo que no sentimos y lo que no hacemos.
Palabras. Palabra. La Palabra.
A veces he llegado a creer que, como diría Descartes: “Escribo, luego existo”. En latín quedará mejor, seguro: “Scribo, ergo sum”.
Escribo para recordar que hace unos días, madre cumplió 87 años. Eso, y que mañana es Navidad. Así, por ese orden.
Mamá. Mi madre. La que me dio la vida. La que aún quiere que coma, como cuando era un niño. La que me dice que estoy guapo, en mi peor momento. La que también me dice: “te estás poniendo hecho un mulo hijo”, mientras me pasa la mano por la barriga y me ofrece repetir plato... (Sinceridad de madre. No tiene precio) Mi madre, la que se cocina estando sola y nos cocina, aunque muera de pena porque papá se fue, y ya no tenga ganas de cocinar, porque cocinaba para él. La que nunca fue optimista, pero siempre ha sido una roca con la determinación de vivir, y de sobrevivir. Y así nos enseñó la importancia del optimismo y el coraje.
Mi madre: esa mujer esbelta, con un vestido vivo de primavera, estampado y vaporoso, verde y primavera; y unos tacones, claros y brillantes de charol; y unos pendientes y un collar de grandes bolas de ámbar naranja; y un amor incondicional a ese niño cabezón, y de blanco, que era yo. El cual la miraba desde abajo, desde mi estatura de escasos tres años, sin saber que ya la quería tanto como la quería, como la querría, como la quiero, como la querré.
Y sólo ayer, nunca antes, pensé esto: Pensé, que mi madre, me tuvo cuando tenía 30 años. Y también pensé esto otro: mi madre tenía 1 año y siete meses cuando estalló la guerra civil más cruenta de todas las que han asolado a este duro país llamado España…
Y uno se pregunta ¿por qué piensas estas cosas?, y no lo sabe. Pero intuye que la dureza y las incertidumbres de su vida, de su niñez, se alargaron y llegaron hasta el mundo al que llegamos nosotros, en aquella África norteña que hacía por expulsar a sus colonos “protectores”.
Mamá, con su pelo pelirrojo, y sus pecas. Esa mujer, rodeada de mujeres, que brillaba con luz propia en aquella casa enorme de Tetuán; que llenaba de un olor, casi mágico, cuando se ponía el delantal y entraba en la cocina. Esa casa de Tetuán, donde los hombres llevaban cada año un árbol de Navidad (El Pino, le decían), gigantesco, que se plantaba en otro gigantesco cubo de cinc lleno de tierra negra, y se decoraba con bolas de vidrio que se rompían, y luces de colores que daban la corriente. Donde la Navidad y el Año Nuevo eran un continuo de fiesta, aromas, pata de jamón al horno, licores, confetis y serpentina, globos y baile. Donde los juguetes crecían en las goteras de las cortinas, y la vida fluía con la esperanza de que cada día era mejor que ayer. Donde mis confederados y mis sioux, se enfrentaban en batallas pedreras, en el enorme portal de casa, mientras estaba por aprender la triste historia que el cine nos contaba al revés.
Y mamá, siempre presente, en medio de todo eso. Con su presencia serena y amorosa. Acunándome contra su pecho mientras llegaban los vahos de eucalipto y mi tráquea se hundía en el esfuerzo respiratorio de la disnea, y papá entraba en pánico… En ese mundo de incertidumbres que supongo en los padres de la época, cuando no había “ventolines”, ni urgencias hospitalarias al uso actual, ni seguros médicos, ni redes sociales con mil pediatras dando dos mil consejos. Y mamá estaba en medio de todo. Y la “casa de socorro” o “el dispensario”, eran todo lo más. Eso, y los eucaliptos, cuya palabra me empezaba a sanar, cuando ella la pronunciaba con el poder del Chamán. Incluso antes de que llegara el cazo de cinc envuelto en su propio vapor sanador... Y yo respiraba.
Incluso pretendiendo, un día de verano, darme mil cachetes, de los que yo escapaba brincando, cuando tuve la idea de irme andando por la playa de río Martin a buscar a mi amigo Quiqui (siempre imagine su nombre con Q y no con con K), y, horas después volví, tranquilamente, despreocupado, con una cabeza de pescado ensartada en una caña… Aún me estremece, cuando la siento decir casi gritando: yo ya te veía en el fondo del mar… y cuando te vi aparecer por la orilla con tu caña y tu pescado, me volví loca, hijo mío…
Mamá. Siempre Mamá.
Ahora, a estas alturas de la vida, me ha descubierto la versión “Indiana Jones” de ella misma; que de niña, en su Almería natal, se escapaba al vertedero, y descendía surfeando escombros, y, a veces, el ascenso se le complicaba, porque mientras subía, había una nueva descarga que podía haberla sepultado, aunque afortunadamente nunca sucediera…; que a veces, llegaba a una gruta de aguas freáticas, seguramente un pozo, con escalones llenos de verdín en los que, afortunadamente también, nunca resbaló para caer sin saber nadar; que tuvo que descubrir la muerte de su padre, al girar la esquina de su calle y encontrar mucha gente arremolinada en la puerta de casa, y un coche fúnebre, de caballos con crepones negros. Y huyó, corriendo, sin saber cómo, ni cuánto...
Mamá. Vida en estado puro, sobreviviendo a los dolores de la vida.
Mamá. Navidad con todos los fogones en marcha, y un olor intenso a manjares desde el primer piso (cuando ya vivíamos en un quinto). Con sus clásicos inolvidables: el caldo con la pelota (el albondigón en versión andaluza), el besugo al horno, el lomo relleno con mostaza, el pastel de merluza con salsa rosa; los ibéricos, los quesos, los langostinos que tan esmeradamente emplataba papá (el pastelero y panadero, que nunca creyó ser cocinero, pero lo era), para esa mesa larga para sentar a todos. Y los enfados de mamá, porque a todos sus platos maravillosos, ella siempre les saca “un pero”, en un intento de perfección imposible, por inexistente. Porque sus platos, siempre eran, y son, perfectos.
Mamá. En esta extraña Navidad que se aproxima, necesitaba decirle al mundo que eres un ser sorprendente, sobrenatural e infinito. La vida. El amor. La entrega incondicional a la familia. Anteayer, ayer, hace un rato, ahora mismo, mañana. Siempre. Se llama: Mamá.
Cuando pasamos en el coche, camino de casa, y tus nietas dicen vamos a ver la yaya, y, casi siempre, las puñeteras prisas no nos dejan parar, te sabemos ahí: Con tu soledad, con tus recuerdos, con tu energía -que se cocina a si misma, aunque sea poco y a desgana…-; contigo misma, y sin papá -aunque él siempre está presente-; con toda tu prole de hijas y nietas, a la que alumbras cual faro de Alejandría. Con tanto amor.
No sólo tuviste el mérito de enseñarme lo que sé: también, el de enseñarme lo que no sé; de enseñarme, a desaprender; el de respetar mi uso de la libertad; hasta dejar que me alejara de Dios, pese a tu pena, para llegar hoy a recordar que conmemoramos el nacimiento del Primer Comunista de la Historia; por más que esta frase enfurezca a tantos, que aún no han entendido que Jesús era, y es, el amor al enemigo. La verdadera justicia. La verdadera igualdad. Ahí es nada...
Y en todo esto, Mamá, tú eres la conexión de todo. El verdadero Origen.
La Navidad.
Que bien escribes bribón, como consigues emocionarme
ResponderEliminarGracias. La pasión que uno le pone...
EliminarCómo no quererte, Rafa.
ResponderEliminar¡Imposible!
Feliz Navidad a ti y a tu familia,
muy especialmente a tu Mamá
Gracias Antonio. Un abrazo fuerte!
EliminarK emotiva descripción de uno de los seres más impresionantes, nobles y humildes de la raza humana. LA MAMÁ, k lleva impreso en su ADN ésas virtudes y valores k a veces vemos tarde.
ResponderEliminarPero también me entristece a veces pensar k ésas Mamas son de una época anterior y k ahora están en peligro de extinción por las reglas de esta sociedad, tanto por la imposición social y económica, k vulneran el derecho de ser ésas MAMÁS cómo lo fue tu venerada MAMÁ.
GRACIAS por recordarnos a MAMÁ.
Gracias a ti por leer y compartir reflexión Chacho. Un abrazo fuerte.
EliminarRafa, que suerte que nuestros caminos se cruzasen aquel día, porque desde entonces hemos compartido, aprendido en una absoluta armonía, y ahora nos regalas estos recuerdos que a muchos nos suenan muy cercanos, pero, con un nudo en la garganta porque mi MAMA me dejó no hace mucho, pero tus palabras me traen esos recuerdos y eres capaz de sacarme una sonrisa.......gracias AMIGO por traernos estos recuerdos.
ResponderEliminarFue una suerte recíproca amigo!! Un abrazo fuerte!
EliminarPerdón Rafa, el del nombre ese raro " Unknown " es el seudónimo de Cruz.......jajaja
ResponderEliminarJajajaja.... Buena aclaración
EliminarUna buena terapia. Escribir nos vacía,
ResponderEliminarsacando lo bueno y lo malo, liberándonos....
Felices fiestas
A veces escribir, es casi una catarsis... Felices sean para tí también!
ResponderEliminarQue bonito Rafa...
ResponderEliminarQue reconocimiento taan bonito a madre y padre.
Que orgullo, que felicidad, que paz... que suerte... que buen trabajo!!!
El 2020 queda disculpado...
Feliz Navidad a toda la familia!!