La RAE define la compasión como “Sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. Hay consenso científico, acerca de que la compasión es una sentimiento natural, un instinto que nos mueve, desde niños, a compadecernos de aquel que llora, que se queja, que se duele… Son icónicas las imágenes de niños consolando a otro niño, o a un adulto que sufre, que llora.
La compasión, por más
que las religiones la hayan querido fagocitar para colocarles su derecho de
propiedad, intuimos que es tan vieja como la humanidad es sus estadios más
tempranos. Lo percibimos de manera tan natural como el gesto empático de ayudar
a un anciano, o un niño que se golpea y se cae al tropezar. Más allá de
cuestionarnos si hay lesiones, o su alcance, sólo de ver a alguien que se
trastabilla y cae, nos arranca de nuestra zona de confort para acudir en su
ayuda. Es instintivo. No nos cuestionamos quién es, qué le pasa, qué alcance
tiene el accidente.
Simplemente, vamos a
socorrerla. Es el instinto de supervivencia sumado al instinto de la empatía.
Entonces, ¿Qué nos ha
sucedido para asumir, para aprehender el mundial de Catar, sin que la compasión
nos haya hecho pestañear y decir: "No, me niego a colaborar con este
negocio sangriento"?
A mí, la respuesta, me
da miedo.
Llevo años, como unos
25, dedicándome a la prevención de riesgos laborales en un rol u otro. Provengo
de un sector laboral en el que quedan muchas actividades en las que un error en
la prevención puede suponer la muerte en una fracción de segundo. He asistido a
muchas de esas situaciones. He visto la muerte de frente, pasar rozando,
crujir.
De ello he aprendido
mucho. Cosas muy sencillas, pero muy básicas y esenciales. Sólo los buenos
Estados se preocupan de la seguridad, la salud y la vida de su ciudadanía
trabajadora. Para ser un buen jefe, debes considerar sagrado, inquebrantable e
innegociable, la vida de las personas que trabajan a tu cargo. Y viceversa.
El brutal cuadro
comparativo del inicio, es el reverso de todo ello: es sicopatía y violencia
institucional y empresarial. Es el absoluto desprecio por los humanos; o, lo
que es peor, por los humanos de fuera; o, lo que es peor aún, por los humanos
de fuera infieles; o, incluso peor aún, por los humanos de fuera infieles y
pobres.
Aún recuerdo boicots
deportivos en tiempos de la “guerra fría”, que respondían a pura propaganda
ideológica del bloque adversario: a las olimpiadas de Moscú del 80 por EEUU y
algún aliado occidental; a las de Los Ángeles del 84 por la URSS y algún aliado
de su bloque… Sin un dato tangible que pudiera justificar una mínima
justificación objetiva de esa repulsa.
Pues bien, este
repugnante mundial de fútbol cimentado sobre la sangre de los pobres, sobre el
despótico desdén de un estado tiránico, por la vida, los derechos humanos y las
libertades fundamentales de las personas, era una oportunidad única para que la
ciudadanía civilizada y demócrata de verdad, hubiera dado la espalda al evento.
Ya ni siquiera hablo de países y sus intereses geopolíticos. Sino de personas
mínimamente solidarias. Capaces de entender lo duro que es trabajar por encima
de los 35º C en jornadas agotadoras; sin equipos de protección ni medidas de
seguridad; sin agua corriente al alcance; sin el pasaporte para poder huir,
cuando ya no puedes más. Es decir, esclavizados
No ha sido así. Me vuelve
a dar miedo la respuesta. Me aterra pensar en cuantas personas con las que nos
relacionamos en el supermercado, en el ascensor, o en el trabajo, ni se
planteen que un sufrimiento tan básico, de otras personas a las que nos une la
hermandad de especie, no justificaran su boicot a un evento deportivo sucio de
muerte y violencia institucional.
Miremos el brutal
cuadradito del inicio. 6.500[1] personas
muertas en construir estadios de fútbol (y que no sean más) es toda la
población de Guadalix de la Sierra (Madrid), Vélez-Rubio (Almería), Museros (Valencia),
Arbucies (Girona)… Y tantos otros ejemplos. Pensemos que, de repente, mueren
todos sus habitantes en un holocausto laboral…
Pues eso es lo que pasó
en Catar. Y no hemos tenido el valor y la dignidad solidaria de condenar hasta
la anulación del mundial.
No hay excusas, no vale
justificarlo en que el futbol no es culpable. Lo es, y mucho, especialmente por
las instituciones que lo dirigen y representan.
Una de las preguntas
incómodas de la historia de la Humanidad, es que hacían los buenos alemanes mientras
los hornos crematorios desarrollaban su “solución final”. Preguntas sin
respuestas desde los juicios de Nuremberg, que son un antes y un después, en la
historia de la humanidad y del derecho. Dicen que Alfred Hitchcock, era el jefe
de camarógrafos del ejército británico cuando los tropas aliadas entraron en
Berlín. Dicen que era obsesivo con filmar hasta el más ínfimo detalle de la
crueldad que allí se veía. Cuando alguien le preguntó el porqué de su obsesión
respondió contundente: “si no lo grabamos todo, dentro de un tiempo, las
generaciones venideras negarán que esto pasó”
Hoy ya sabemos que ese
negacionismo ha sucedido, y en determinados sectores políticos, está en alza.
Catar se niega a
reconocer esos muertos. Catar lapida, amputa, ahorca, sin mostrar la más mínima
piedad, y le llama justicia. Y, ¿por qué debería dejar de hacerlo, si, aunque
sean unos bárbaros, el resto del mundo hace negocios con ellos, acuden a su
mundial corrupto, y les ríen sus gracias…?
Tampoco voy a responder
a esta pregunta.
[1] https://www.baenegocios.com/deportes/Mundial-Qatar-2022-polemica-por-el-numero-de-trabajadores-muertos-en-la-construccion-de-estadios-20221116-0058.html
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