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Querido Nacho: Dale la vuelta al disco, por favor

Querido Amigo Nacho.

Mira que no le teníamos miedo a morir, bueno, ni se lo tenemos. Pero que rabia me da pensar que te hayas ido de aquí.

Mira que pasamos tiempo sin vernos. Sin saber el uno del otro. Pero que poco importaba esa minucia temporal, para echarte de menos y sentirte cercano incluso cuando estuvimos habitando en distintos planetas.

Me cuesta tener claridad para recordar cuando empezó todo, pero tampoco hace falta. No sé si fueron los Clash, los Smiths o Ian Dury y los blockheads… Porque, en esencia siempre fuimos música. A veces, he llegado a creer que solo éramos música. Yo también soy un poco baile, tu menos, reconócelo. Pero lo único indudable, es que, hubo un tiempo en que sólo nos importaba escuchar música, descubrirla, respirarla, amarla… Hasta odiarla.

Querido Nacho. ¿Qué estás escuchando ahora? Compártela, no te la guardes, cabronazo…

Que fueses un adalid de la modernidad británica y el punk, no te impedía que yo te convenciera para escuchar a Alameda o Triana, en una noche de verano, en el balcón de mi casa, en un descanso de estudiar; o en un estudio del descanso... Que tanto servía uno u otro para tener el pretexto innecesario de escuchar música. Y todas valían: Desde los Who y su “Quadrophenia”, que trajiste de tu Londres, hasta Eumir Deodato, la banda sonora de “2001”, o el “Lover boy” de George Benson.

Era imposible que no nos gustara algo que sonara. Aunque fuera el eco entre volutas de humo. El humo del tabaco que rapiñábamos a nuestros padres (incluida la colección de cigarrillos del mundo de tu madre…) Un humo tan evanescente como nuestra prisa inexistente. Una inexistencia que formaba parte de nuestro ser, al igual que la antimateria complementa a la materia. Materias que nos definían como seres deseosos por saber y descubrir; hasta puntos donde se mezclaban la profunda estupidez adolescente, con una pulsión prejuvenil de saber por saber. Y así llegamos al amor al estudio. Al amor al saber.

O ya no recuerdas esas eternas noches de estudio en que te dio por estudiar la revolución maoísta y el desarrollo económico de China, cuando nos iban a examinar al día siguiente de la “Revolución rusa”… O esa otra en la que yo estudiaba las tesis de Spinoza, Giordano Bruno y “el burro de Juan Buridan”, cuando nos iban a examinar de Hegel y Kant, en un rato… Porque nos gustaba hacer lo que queríamos, aprender lo que queríamos, amar lo que queríamos… Aunque conllevara suspender. Sin que nos interesara aprender para aprobar, o guardar trigo para el invierno. Y esa si que era libertad, en estado químicamente pura, y no otros sucedáneos baratos del presente...

Estudio. Música. Y más que noche que día. Y más calor que frío

Y humo.

Y más cigarras que hormigas.

Compartimos mesa de estudio. En tu casa. En la mía. Pero siempre tú a la izquierda y yo a la derecha para no interferirnos al escribir (que no para otras cosas, jajaja). Estudiar como pretexto para ir al “horno de los colgados”, a por los primeros croissants de la hornada, y pan crujiente; previo paso por la Glorieta, a por la prensa (también calentita). Incluso convencer a Arturo o Jaime, ya con coche, para que el recorrido urbano nocturno tuviera aliciente añadido…

Y siempre con la moda insolente por bandera: con esa camisa marrón de pana cuello Mao, que según tú, sólo me podía poner yo; o con ese Barbour, verde chillón, que, según yo, solo te podías poner tú…

Siempre abriendo caminos. Sin miedo a las críticas. Con el pensamiento crítico y autocrítico afilado. Y arrasando siempre con nuestra propia banda sonora. Incluidas Parálisis Permanente, Lou Reed, Bad Manners…

Tuvimos secretos que seguirán siéndolo toda la eternidad. Incluidas cosas de chicos malos como en el comienzo de “Erase una vez en América”. Incluido ese artefacto de latón redondo al que bautizamos con el enigmático nombre de “bombo mágico”.

Me despedí de ti hace unos días, en un quiebro casi surrealista, por la fuerza inconsciente que tuvo el reencuentro de un objeto. El que acompaña a mi cara en la foto

 

 

Y este texto con el que te dije, por penúltima vez, cuanto te quiero:

“Ayer mi hija Mar me preguntó por esta reliquia recuperada del intemporal fondo de armario. Flipó cuando le dije que lo tenía desde los 15 años y que me lo había regalado uno de mis mejores amigos del cole… Y yo pensé, la verdad es que es todo muy flipante: la calidad de la prenda, el lema, mi amigo que nos traía aire fresco y british, el tiempo que hace de todo y que, en el fondo más fondo, nada haya cambiado. Porque todo cambió… Te quiero amigo. Más de lo que era consciente”.

Esa última frase lo resume todo. 

En un rato nos veremos muchas amigos y amigas contigo, para decirte: hasta siempre. Porque incluso quienes no puedan (estúpidas prisas y compromisos de un mundo asquerosamente apremiante), te despediremos con amor y sonrisas de agradecimiento.

Fuimos muchos y muchas compartiendo aventura: Javier, Rafita, Vicente, Loles…, y tantas más, que este breve escrito se quedaría demasiado largo si los citara a todos. No es necesario, ellos saben quiénes son y que estaban allí. Mientras sonaban los Ramones, los Stray Cats, los Cars o el maestro David Bowie…

Descansa en paz, Querido. O no. Sigue con tu música y tu pensamiento escrutador, allá donde estés.

Al fin y al cabo sabemos que harás lo que te de la gana… Jejeje

Comentarios

  1. Joder Rafa, camello, amigo, que llorera me has traído encima a unos minutos de despedirle a él, un sinigual.

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  2. Ese hilo rojo que nos une a aquellos amigos de aquella clase de aquel colegio, y que nunca se romperá. Siempre en nuestro corazón.

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