Paseando por el parque del Retiro uno puede ver la impactante estatua ecuestre del general Martínez Campos, obra de Mariano Benlliure.
Digo impactante porque cada día que paso a su lado me impacta como el artista captó un gesto de cansancio en el porte del hombre que impone, que mueve a la empatía, a la comprensión, o a la solidaridad con alguien que parece abrumado por el peso de sus obligaciones.
No siento una especial simpatía por los generales, e incluso menos por el que fuera coautor –y ejecutor material-, de la restauración borbónica (por tanto, liquidador de la primera república). Sin embargo, sí siento admiración y simpatía por las personas que cumplen con su deber; por las personas que trabajan; por las personas que hacen lo que deben hacer...
Al pie de la estatua reza la leyenda “modelo de patriotas y soldado”
No creo en la patria. No en el concepto de patria que vincula a unas personas con unas señas de identidad parciales y locales, y las presenta como superiores a la hermandad universal del ser humano; que esa, sí es mi patria. Siendo quien es el personaje y su época, tengo claro que no me puedo identificar con el concepto de patria al que alude el pedestal.
Tampoco siento especial simpatía por los ejércitos, sean de la laya que sean. Pero puestos a admirar, o sentirme solidario, prefiero admirar al “soldado desconocido”, antes que al más famoso de los generales... Pero, por la razón que sea, este estatua, de este hombre, tiene más de soldado que de general.
La realidad de esta reflexión tiene su origen en algo tan subjetivo como el aspecto de cansado, de vencido incluso, que muestra un general victorioso como era el caso. Uno lee el historial de combate del militar (con abstracción de la bondad o no de las causas, y hasta del momento histórico), y parece lógico sentirse atraído por alguien con semejante voluntad de trabajo, de sentido del deber, de capacidad de sacrificio y sufrimiento –con toda probabilidad-. Uno compara la brillante hoja de servicios, con el aspecto cansado y digno del militar, reflejados por el artista, y puede ver como sobresale la figura del hombre por encima de la del soldado-general... Aunque lleve uniforme, y a sus pies veamos toda una chatarra bélica simbolizando el contexto del personaje.
Ya digo, que es una escultura por la que paso a menudo, con la sensación de que pasa tan desapercibida, como los símbolos que representa: el hombre digno; el sentido del deber; el trabajo cumplido; el sacrificio; y hasta la elegancia del cansancio, cuando uno hace lo que debe hacer sin ahorrar sacrificios.
En suma, el infinito y verdadero valor de la persona.
Hace poco, en uno de mis habituales paseos por el Retiro, caí en la cuenta de que la humilde glorieta del general Martínez Campos, se comunica, por una senda bordeada de cipreses –o especie parecida-, con la ostentosa estatua del rey Alfonso XII –el gran beneficiario de la acción militar de Martínez Campos-. La estatua es del mismo autor. Pero se sitúa en un exagerado monumento, a 30 metros de altura, rodeado de amplia columnata y diversas alegorías, dominando el estanque del parque, en un punto altamente concurrido de gente, dejando clara la potestad mayestática, sin el más mínimo gesto de humildad hacia aquel que le allanó el camino...
Ya digo que la estatua también es de Benlliure. Y que no sé si el artista tuvo intenciones concretas en cada obra. Y que el conjunto lo inauguró Alfonso XIII.
Y que cada estatua significa lo que significa... Tanto ayer como hoy…
Vamos, como en la vida real.
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