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HACER NUEVO CADA DÍA. ESA ES LA FELIZ NAVIDAD

Cada día nos levantamos con la posibilidad de hacerlo todo nuevo. Al igual que el Hacedor universal, somos dueños de nuestra vida, de nuestro destino, pero no nos lo creemos. O, tal vez, no nos lo queremos creer.
 
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Aprendí con mi padre, de manera natural, tal y como respiramos, el arte de hacer cada día algo nuevo, aunque pareciera siempre lo mismo. Hacer una masa, fermentarla cada día, con parte de la masa madre del día anterior -o sin ella-, era un ejercicio de creación que te colocaba en la posición de crear vida nueva, sin apenas ser consciente de ello en mi corta edad.
 
En las madrugadas del tórrido verano, del templado otoño, del frío invierno o la incierta primavera, la masa cobraba vida nueva, a su ritmo, con su temperatura, su cadencia y su pausa. Nos acompañaban la radio, el sonido rítmico de la amasadora, el crepitar del horno, la incierta luz de la madrugada, la alborada, el amanecer, y algún gato...
 
Las cosas más importantes de la vida suelen suceder sin que nos demos cuenta; mientras estamos viviendo y esperando los hitos del calendario; demasiadas veces, sin ser conscientes de que nuestra propia vida, ya está siendo feliz...
 
A veces, por ser dormilón, me enfadaba con mi padre, porque se quedaba plantado a los pies de mi cama hasta que me veía levantado. Otras en cambio, ni siquiera me acostaba para marcharme a trabajar en bicicleta cuando toda la familia dormía. En cualquier caso, sin yo saberlo, me animaba internamente el espíritu de hacer las cosas nuevas, de hacer vida, de vivir...
 
Porque mi padre, en su gran sabiduría, sin necesidad de investirse de la toga de maestro, llevaba años siéndolo, y yo absorbía su esencia, toda su sabiduría, sin darme cuenta siquiera.
 
Me fue enseñando un legado ingente de cosas universales, eternas, de incalculable valor, hasta el punto que hoy, con 51 años, aun saco cosas nuevas de las que mi padre fue enseñándome con la coherencia de su mero ejemplo.
 
¡Qué grande eres Papá!
 
Me enseñaste la coherencia, con la que he podido llegar a defender mis argumentos en todas partes y ante cualquier persona. Me enseñaste la fuerza física, serena y constante, que hacía falta para producir, formar y cocer cada hornada, con larguísimas jornadas de sol a sol, porque de ahí salían los recursos para toda nuestra gran familia. Me enseñaste la fuerza de voluntad y el tesón, que hacían falta para regentar un negocio propio, en aquellos años durísimos de la Transición, cuando las condiciones económicas del país si que eran de susto de verdad.
 
A cada paso en la vida, en cada respirar, veía al hombre de carácter fuerte, indomable, que se crecía ante cada adversidad, hasta el punto de parecer que duplicaba su tamaño, como hacen los grandes guerreros. Te vi luchar contra proveedores, funcionarios, clientes sospechosos en tiempos de inseguridad... No sé cuántas batallas ganabas, ni cuántas perdías. Pero si sé que el resultado nunca te alteraba, porque tu valor seguía siendo enseñarme que no nos podíamos parar, que había que sacar la hornada antes de que se quemara, por complicadas que fueran las circunstancias; fuera apretando los dientes de rabia o con una sonrisa discreta -tal vez de pequeño triunfo momentáneo-, había que tirar adelante, había que cumplir.
 
Aprendí contigo cuánto duele la muerte temprana. Qué enseñanza tan dura Papá. Cuando sabía que amasabas la vida de ese día cualquiera, disimulando las lágrimas por la muerte de tu hermano. Y los dos ocultábamos nuestro dolor, en las masas fermentando que él tanto agradecía a Dios, cuando trabajábamos los tres juntos... No, no era un disimulo, ni un contener emociones. Era tu infinita enseñanza, y la suya, y la del abuelo, capaces de convertir en aula de la vida aquel modesto obrador de pastelería.
 
Ningún hombre podría haber soñado siquiera, tener esa escuela y esos maestros. La escuela también de la vitalidad y el optimismo que se me desbordan.
 
A veces Papá, cuando me he visto inmerso en peleas con orcos mucho más poderosos que yo, me ha sorprendido mi sonrisa interior, que sé tuya y del abuelo, como un mecanismo que desata una descarga de endorfinas, que me hace ver con claridad que es más importante disfrutar de la lucha, aunque pierdas la batalla. ¡Qué enseñanza Papá!
 
Con esa fuerza, con esos valores, he avanzado por la vida siempre sin miedo a nada. Incluso en los momentos más duros: los arbitrarios militares de la larga "mili"; la complicada noche de la carrera; la larga travesía del paso a nivel en mitad de la nada; las decisiones arbitrarias de los hombres mediocres que te mandan; alguna experiencia dura en la montaña; las rupturas; las muertes... Nada ha podido doblegar el espíritu que bruñiste en la forja de aquel obrador.
 
Un año más, cuando llega la Navidad, se agolpan en la cabeza tantos recuerdos. Y, aunque haya tardado, por fin he visto que el verdadero Espíritu de la Navidad eres tú, Papá.
 
Cuando éramos niños, aún almas limpias de dolor, lo veíamos en los detalles anecdóticos: el olor de los polvorones, con su ajonjolí tostado, que envolvíamos en papel de seda; aquellas cajas redondas de colores llamativos, donde introducíamos las cascas de batata y mazapán; las maratonianas cuarenta y ocho horas del roscón de reyes; los "muñecolates" de chocolate; y hasta los recuerdos del abuelo turronero atesorados en sus recetarios teñidos por el humo de mil hornadas...
 
Y siendo todo eso tan grande, la verdadera infinitud de tu dimensión es lo que voy a contar ahora:
 
Me enseñaste que por mantener los principios y la dignidad había que pelear hasta la muerte. Pero también me enseñaste que, pasara lo que pasara en la pelea, la lealtad y el amor a la familia había que preservarlos como oro en paño. Te vi pelear con tu hermano por defender tu posición tan justa como inquebrantable. Te escuché, en una de las mejores lecciones que me diste, decirme: "aunque yo no le hable, que siempre te encuentre cuando te necesite". Pero eso no era más que el preludio, el anticipo, el detalle de la gran lección que vino luego, y de la que te estaré eternamente agradecido.
 
La gran lección de: "El perdón".
 
Porque el día que te vi llorar de alegría, abrazado a tu hermano -ese otro gigante de la familia-, tal vez fuera el día más importante de mi vida: El día que me enseñaste el valor del Perdón. Porque lo vi, y lo entendí para siempre. Porque hay que ser muy grande, muy persona, muy héroe incluso, para perdonar de verdad. Porque cuando has visto a dos Gigantes, a dos Guerreros, abrazarse llorando y perdonarse, en ese sólo gesto comprendes y concibes la grandeza del ser humano, el verdadero significado de la felicidad, la esencia químicamente pura de la vida, el Amor.
 
Por eso Papá, aunque me haya costado verlo, hoy lo he visto con la claridad más meridiana que quepa imaginar. Eres el Espíritu de la Navidad que a menudo tanto anhelamos. Y siempre has estado aquí.
 
Hoy he comprendido que la levadura de la masa que hacías, es la madre de la renovación que nos trae el alimento de cada día. De la misma manera que el Perdón, es la única renovación posible para estar vivo de verdad cada día, y no arrastrarse por la vida.
 
Lamento que los pobres de espíritu, los gañanes, los cobardes que se parapetan en sus galones para dar órdenes injustas, los manipuladores de la libertad ajena, los sordos que no quieren escuchar..., no sean capaces de perdonar. Siempre me enseñaste también, que hay que ayudar al que no puede.
 
Por eso te prometo Papá, que ahí estaré, siempre apoyando del lado del Perdón... Hasta que poder, todos puedan.
 
Es poco decirte ¡Gracias Papá!
 
Gracias por todo. Lo que me enseñaste. Lo que me sigues enseñando. Hasta el punto de haber entendido hoy, a los 51, que el Espíritu de la Navidad que andaba años buscando, eres Tú.
 
 
Ave de las 7.10 Valencia Madrid 23 de diciembre de 2015

Comentarios

  1. Rafa,emotivo relato, repleto de vivencias y recuerdos muy íntimos que muy pocas veces se comparten. Perdí a mi padre cuando tenía once años de edad y daría lo que fuese por haber vivido lo que tú con el tuyo. Disfruta de él. Te deseo, os deseo lo mejor. Un abrazo. Paco Polo

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  2. Rafa,emotivo relato, repleto de vivencias y recuerdos muy íntimos que muy pocas veces se comparten. Perdí a mi padre cuando tenía once años de edad y daría lo que fuese por haber vivido lo que tú con el tuyo. Disfruta de él. Te deseo, os deseo lo mejor. Un abrazo. Paco Polo

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  3. Todavía estoy recogiendo mis lágrimas, perdí al mio hace dos años, y lo que aquí cuentas es muy similar a mi paso en la vida, hasta su hermano coincide en la historia de mi vida, este homenaje que le has dedicado es grandioso y para mi envidiable, mi padre también se lo merece y tu me has dado la idea y la oportunidad de hacerle yo otro al mio como se lo merece.
    Hoy no tenia que ir de compras y tuve tiempo de leer, que grande eres, y lo bien que me ha llegado tu mensaje. Gracias.

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  4. Debes de escribir muy muy bien, porque hasta yo entiendo lo que dices

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    Respuestas
    1. Que bueno eres Emilio. Yo también te quiero "de barde" como dice un buen amigo. Un abrazo.

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  5. Precioso homenaje al Padre que de alguna manera,a algunos nos recuerdan al nuestro. Padre que desde su silencio, su comprensión, su aceptación de nuestras debilidades, nos han enseñado a afrontar la vida con honestidad, sentido del deber, firmeza ante las adversidades, algunas veces trágicas y dolorosas y tantas cosas que con tus recuerdos me han hecho rebrotar el reconocimiento de la gran persona que fue mi Padre. Rafa, has hecho un magnifico retrato de lo que puede ser el Espíritu de la Navidad. Muchas gracias por tus reflexiones navideñas, un fuerte abrazo: Jesús

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  6. Rafa felices fiestas. No lo he leído como ha puesto Jesús, pero te prometo que lo leeré cuando vuelva de vacaciones. Un abrazo.

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