La Navidad llegó en Ave. A 300 kilómetros por hora. Llegó, cuando apenas creíamos en ellos, ni en la Navidad ni en la velocidad.
Llegó desprovista de alegría. La pesadumbre de la crisis cuesta de levantar. Ni los Reyes (sean Borbones o Magos); ni los que gobiernan; ni los que quieren gobernar; ni los ciudadanos que siempre creen que todo lo bueno ya tenía que haber sucedido; ninguno de ellos, fue capaz de levantar la sensación plomiza de un día plomizo.
Un día plomizo, ya digo, que apenas tiene sentido en esta crisis que no es más que la gran farsa de un tiempo extraño. Una crisis difícil de creer cuándo vemos la iluminación de nuestras calles capitalistas. La iluminación de una Navidad más. Que vino en forma de regalo ferroviario a 300 kilómetros por hora.
Curioso regalo para los ferroviarios, que ni siquiera estaban invitados a los fastos fastuosos. Curiosos los políticos que hablan como los físicos del Renacimiento, y pontifican –o eso creen-, sobre el tiempo y el espacio, sin ponerse de acuerdo en si es más importante viajar a 300 por hora, o llegar en 90 minutos... Ocultos ferroviarios, generaciones enteras olvidadas, contemplando impávidos el debate tertuliano, de política barata y pseudofísica, acerca de cómo vender su objeto llamado tren. El mismo que casi asesinan hace escasos 25 años cuando en vez de hablar de física hablaban de déficit...
El déficit de la alegría navideña se arrastra por tantos años, que ni este maravilloso Ave lo podrá levantar, al menos del todo. Porque ahora, la palabra clave es la confianza: esa que no nos tienen quienes nos prestan el dinero. Curiosamente los mismos que hace año convirtieron a la Navidad en la joya de la corona de este gran mercado que requiere de la confianza de los inversores, prestamistas y gentes de laya similar, para que no se detenga.
Dios mío: Corona, mercado, prestamistas, inversores, usureros, Navidad, Ave, Ave Caesar morituri te salutam...! Que gran confusión me invade.
Será por qué me cuesta creer que en plena crisis derrochemos tanta energía en iluminar la Navidad. Será por qué me cuesta creer que mi futuro, el de mi familia, mis amigos, y hasta del mismo niño Jesús, dependan de una agencia de calificación que tiene nombre de bar de carretera con luces de neón. Será por qué he perdido a unos cuantos buenos amigos en una año en que viví como un cohete, saboreando poco la vida real, por culpa de un mundo que responde a lemas como citius, altius et fortius; aunque no sepa muy bien por qué, ni para qué, y finalmente lo consiga recurriendo a sustancias de las que ayudan, inventando una realidad mejor que la real..., aunque sea mentira.
Mentira va a ser que el futuro ya está aquí -como decía esa canción de Miguel Ríos-, porque ya sabemos todos que el futuro no existe. Mentira será que el presente no tenga otros remedios que los pregonados por los voceros del que todo cambie para que todo siga igual. Mentira es que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Mentira es que la Navidad sea tan mala como me empeño en hacer creer, año tras año, desde que heredé un legado de Mr. Ebenezeer Scrugh... ¿ O no?
Rafa García
Valencia a 19 de diciembre de 2010
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