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“Para las estrellas siempre estamos en un abismo”[1]


¿Hay algo más explicativo de la relatividad que esta afirmación? Qué haríamos sin el humor que nos salva la vida tan a menudo. Sobre todo, el humor absurdo e inteligente que de vez en cuando te recuerda lo relativo que es todo, especialmente los afanes y las carreras cotidianas que conducen a lugar incierto, cuando no a ninguna parte…

A veces, la aceleración de un día es suficiente para comprender la aceleración de toda una vida.

Sólo es una magnitud, así nos lo enseñaron en el “cole”. Creo que respondía a la fórmula de masa por velocidad al cuadrado...

Aceleración... No es más que una magnitud...

Y cuando la vida parece dedicada a meterse contigo y con los tuyos, cuando quieres huir de una realidad que te duele, esa aceleración es una paradoja irresoluble. Una de tantas. Una más.

La aceleración que deseas para que borre definitivamente del calendario un mal año familiar, es la misma aceleración que hace que te reproches no haber dedicado más tiempo a la familia porque el trabajo te ha impuesto un estilo de vida tan absurdo que apenas deja tiempo para lo importante; porque incluso el poco tiempo libre se ve contaminado por el cansancio acumulado en el tiempo de trabajo…

Y querrías recuperar un tiempo perdido que ya se fue. Y el dolor de tu gente se te clava de una manera sorda y constante, que hace que intentes buscar explicaciones inexistentes, cómo cuando era niño y mirando a las estrellas me preguntaba: ¿Y antes de eso, que había…?

La Navidad ha pasado, el año está a punto de acabar, el tiempo está ahí, discurriendo.

Tengo el ánimo extrañamente disperso, con el optimismo en pie de guerra pese a todo, o gracias a todo, y por eso no quería acabar el año sin contar algo a la gente importante de mi vida…

Una de mis frases admiradas dice que “la vida no es más que una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”, la tengo como atribuida a Gabriel García Márquez. Algunas personas me han dicho que es una interpretación catastrofista de la realidad. Yo, cuanto más mayor me hago, y más cosas veo, y acumulo en la memoria, más creo que es rigurosamente cierta.

Somos tan extremadamente débiles y tan sujetos a paradojas irresolubles, que bastante hacemos con sobrevivir cada día. Voy a contar las dos grandes paradojas que creo nos están matando de éxito en el siglo XXI:

-         La de un mundo más seguro a la par que más acelerado.
-         La de protocolizarlo todo olvidando que es más importante hacer bien las cosas, que el mero hecho de rellenar los papeles del procedimiento...

Contaré una anécdota que considero una joya entre la leyenda, la historia y la literatura: la historia de la kerkaporta[2]:

La toma de Constantinopla por los turcos fue la culminación de uno de los asedios más largos y más combatidos de la historia de la humanidad. Constantinopla, que fue la segunda Roma, estaba doblemente protegida, fuertemente guarnecida, preparada con grandes reservas de agua y alimentos porque se sabía en el objetivo de un imperio pujante que quería acabar con ella, precisamente para izar en ella, los nuevos símbolos de un nuevo imperio. El asedio duró años, de penas, de combates, de enfermedades, de pactos y alianzas en ambos bandos. Tan largo estaba siendo que los acosados comenzaron a pensar en su imbatibilidad y los acosadores (el mejor ejército de la época), en su impotencia... Seguramente, y visto en el momento, era muy difícil de explicar tanta capacidad de aguante, como tanta incapacidad de conquista... Sin embargo, del mismo modo que Aquiles tenía un talón y Sigfrido un punto que no tocó el agua, Constantinopla tenía una puerta tan pequeña e inútil que ni las autoridades ciudadanas recordaban. Casi una portillo más que una puerta, cubierto de maleza por el desuso, oculta e inoperante, desconocida... Pues bien, ese pequeño detalle, seguramente desconocido por el Patriarca y sus Generales, era conocido por un traidor que vendió el secreto a los turcos. Ese pequeño detalle llamado kerkaporta, hizo fracasar la gloriosa y heroica resistencia, de un imperio, produciendo su definitiva caída, con todo lo que supuso en la historia de la humanidad.

Si pensáramos en todas las grandes cosas, algunas prodigiosas, que se van al garete por el pequeño detalle en que nadie reparó, caeríamos en la desesperación: Una complejísima operación quirúrgica que se estropea por una cura mal hecha; una enfermera que está a punto de colocar un medicamento a una persona alérgica que, además, portaba una pulsera de aviso; un edificio con 24 familias desalojadas porque nadie comprobaba la calidad constructiva de los edificios hace 40 años; un accidente producido porque alguien no pone una valla donde él mismo dijo que había que ponerla; un gestor político capaz de organizar la Copa América o un Gran Premio de Fórmula 1 en la misma ciudad donde ha permitido una inmensa bolsa de pobreza en su parque más emblemático, o que en uno de sus mejores hospitales estén en servicio colchones con la leyenda “colchón para tirar”...

Es lo que tiene los pequeños detalles... Son pequeños, difíciles de ver. Sólo la agudeza que produce el dolor tras la catástrofe permite verlos. Eso, y el enfado que te produce ese mismo dolor.

En algunas ocasiones alguien se excusó diciendo que tenía prisa, que tenía mucho que hacer, muchos enfermos por atender, muchas obras que terminar en plazo... En otras ocasiones, ni siquiera hay excusa... Y no sé cuál de las dos situaciones es peor.

Mi única certeza hoy es que “la vida no es más que una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”; que no hay nada más absurdo que tomarse la vida en serio (bueno sí, tomarse en serio a uno mismo); y que si no somos capaces de hacer las cosas bien, por las prisas o bajo el pretexto de cumplir un procedimiento, estamos muy, pero que muy, perdidos...

El brillante Carl Sagan, en una entrevista, al hilo de las nuevas tecnologías de la información, dijo algo así como que el exceso de información que empezábamos a tener, sin criterios claros para su uso y sin objetivos claros de adonde queremos llegar, abocaban a la humanidad al fracaso... Esto esta dicho en los 90, no quiero imaginar en que punto de esa carrera nos encontramos...

La buena noticia es que parece que todo esto va a cambiar. Sí, en serio, recordemos que unos señores muy importantes recientemente han refundado el capitalismo para ver si salimos de esta crisis...

Y ahora os dejo, por que me tengo que morir de risa...

No sin antes desearnos un ¡FELIZ 2009!


Rafael García Martínez
31 de diciembre de 2008


[1] “Greguerías”, Ramón Gómez de la Serna
[2] Recomiendo su lectura en un libro delicioso y ameno llamado “Momentos Estelares de la Humanidad”, de Stephan Zweig

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