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LA NAVIDAD QUE TENÍA PRISA

Salí del agua y el calor ya era menos intenso. Me sequé. Me quedé dormido con el sabor del salitre en los labios. Con esa sensación de pereza dulce que tienen las siestas de verano inesperadas…

Y cuando desperté, ¡era Navidad!

Ya sé que cuesta creerlo pero fue así como pasó. Y no estoy loco. Ni dormí tres meses seguidos.

Que la realidad temporal es relativa no es un argumento nuevo para los humanos. Pero a esa cosa tan difícil de comprender le habíamos unido recientemente aquello de la realidad virtual. Y, para rematar, una reforma del calendario gregoriano que habían hecho desde el Imperio llamado calendario lúdico-comercial, sí, ese calendario que decretaba el cambio estacional según como habían sido las temperaturas invernales y de repente hombres verdes con megáfonos salían por la calle gritando “ya es primavera en el …”

El caso es que yo estaba en bañador delante de un tío que me ofrecía lotería de Navidad, tiritando y, curiosamente, sin que nadie se sorprendiera de mi aspecto.

Y era así porque no era el único que había vivido demasiado rápido el último año. No había más que mirar alrededor para comprender que todo el mundo tenía prisa, que todos corrían ansiosos por divertirse. Sí por divertirse en los atascos, por correrse grandes juergas en las colas de las cajas, de los cines, de los circos,…había que divertirse rápido y así poder reservar cuanto antes unas buenas vacaciones de Semana Santa.

Compré alguna prenda de abrigo para no desentonar con la mayoría, ¡que caray!; porque podía haber ido a casa y coger algo del armario, pero eso me habría privado de disfrutar de las apreturas y las colas, como un humano más.

Luego me senté a tomar un café. Y a pensar en que pedir a los reyes magos. Y me di cuenta de que lo estaba haciendo mal una vez más, de que era un incorregible reaccionario que no me adaptaba a los nuevos tiempos. Un vigilante se me acercó y me dijo “señor no puede estar aquí sentado sin comprar nada, tiene cinco minutos para acabar su café y pasar a la galería comercial a comprar, en caso contrario deberé pedirle que abandoné este centro”

Me limité a sonreír y pagar. Me sentí demasiado aburguesado, demasiado mayor para montar un numerito discutiendo con el de seguridad. Sonreí porque volvía a comprobar mi recurrente manía de que la realidad siempre supera a la ficción y ya era cierto que todos eramos como el señor conejo de “Alicia en el país de las maravillas”, ese que siempre iba corriendo a todas partes gritando llego tarde llego tarde.

Y mientras vagaba haciendo como que elegía cosas para evitar mi expulsión del paraíso, recordaba como había cambiado todo en los últimos dos días, ¿o eran dos años?, ¿o eran dos meses?, o…

Se había vuelto tan difícil calcular el tiempo desde que la realidad virtual fue admitida como manera legal de existencia. La Ley había sido sencilla, pero el Real Decreto de desarrollo era de tal complejidad que sólo eran capaces de entenderlo las generaciones posteriores a la “playstation”.

La realidad virtual había superado el mito de la caverna, haciendo imposible del todo distinguir la apariencia de la realidad. Y para que nadie jodiera unas buenas compras por pensar demasiado el cogito ergo sum había sido sustituido por “compro luego existo”…

Y yo juro que no quiero ser un inadaptado, que soy un epicúreo de la postmodernidad, un poco golfete incluso, vaya, que me gusta eso de pasármelo bien, pero no consigo disfrutar comprando.

Y, por si fuera poco, cuando lo intento me empeño en comprar cosas raras. Porque, ya que tenía que comprar algo, decidí comprar unas toneladas de paz. Total, me dije, un bien que no cotiza en bolsa debe estar tirado de precio. El verdadero problema es que no había en ninguna tienda, la respuesta era siempre la misma, no nos queda señor, esa cosa es muy antigua, está descatalogada.

Que difícil era todo estas Navidades: un tiempo ingobernable, sin paz en los comercios, con prisas en todas partes… Aunque debo reconocer algo bueno: todo estaba más seguro que nunca; había un vigilante jurado por cada cinco ciudadanos (quiero decir clientes), nadie podía moverse a más de cincuenta por hora sin teletransportación; y si lo hacías, tenías que rodearte de una cápsula maravillosa llamada airbag integral ACME; si lo incumplías te sancionaba el imperio, a través de su Dirección pretoriana securitas et indemnitas… Por supuesto todo ello sin beber, ni fumar, ni ingerir colesterol; menos mal que del otro vicio (casi el único que quedaba), había barra libre…

En fin, que harto de buscar mi tonelada de paz me marché a casa y encendí la tele. Y, ¿como no se me había ocurrido antes?, allí estaba mi paz. Como cualquier cosa que realmente existe allí estaba mi paz. La pobre estaba en mitad de una tertulia de esas de tertulianos; no, no se crean que era gente normal de esa como nosotros, que nos sentamos con los amiguetes en la sobremesa y hacemos una tertulia. No, eran tertulianos de esos que saben muchísimo de todo, que siempre saben más que el compañero, y que siempre saben muchísimo más que cualquiera de lo demás humanos ignorantes que somos. Y allí tenían ellos a mi pobre paz, usándola como arma arrojadiza en mitad de una charla sobre un llamado proceso de paz de unos terroristas…

Sufrí un fuerte descalabro, una intensa pedrada en el poco cerebro inocente que me quedaba, y recordé al sabio Borges cuando preguntado un día por la vulgaridad narrativa que había alcanzado la prensa dijo, en tono displicente, una vez leí un periódico…

Ya sólo me quedaba descansar y reponer fuerzas de un día tan intenso que había durado todo un otoño. Y confiar en que mañana sería otro día, incluso otros días mejores… Mis fantasmas no estaban dispuesto a dejarme tranquilo y, en el duermevela del comienzo me aparecieron en forma de dictador muerto en la cama sin haber sido juzgado… Y pensé que mi afán de niño por creer en la justicia divina se iba al garete. Y me puse ansioso porque aun no eran vacaciones y al día siguiente tenía un viaje de trabajo. Y viajaría en uno de esos trenes que ya no eran animales mitológicos que significaban la libertad; uno de esos trenes donde te dan tantas cosas para un viaje tan corto que te llegan a estresar porque hay que hacer muchas cosas en poco tiempo

Y quise viajar en un tren de esos que no dan nada. Me pregunté si venderían billetes al pasado. Y yo solo, sin ayuda de nadie, entendí que si. Que gracias a la Ley de Realidad Virtual podíamos, ¡por fin!, hacer realidad la teoría de los círculos perfectos. Y yo solo, , sin ayuda de nadie, viajaría de mi Navidad estival acelerada hasta otra Navidad pasada y pausada. Incluso al revés y voluntariamente, yo solo, y siempre que quisiera… Gracias al círculo perfecto…

Joder!

Quien me iba a decir a mi que todo era un problema de geometría; que todo estaba en los años de observar a mis amadas piedras esféricas; que todo tenía una explicación cabalística; y que la clave, estaba en el famoso número griego que realmente era una letra llamado: trescatorcedieciseis…

¿O era al revés?

Sólo se que aquel hallazgo tan sencillo me devolvió la alegría, la ilusión, la paz… Y salí por la calle gritando, desnudo como Arquímedes; incluso desnudo cual Arquímedes: ¡Eureka eureka! ¡Feliz Navidad, feliz Navidad a todas las gentes de buena voluntad!


Valencia Navidad 2006

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