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UNA NO-NAVIDAD DE CIENCIA FICCIÓN



“Ciencia-ficción”:
Dos conceptos, teóricamente incompatibles,
que sirven para formar un significado nuevo,
 que no es ni uno
 ni otro.

Hace poco alguien vendía “licores sin alcohol”...


-         Este año me han prohibido, no salgo, nada, fin, se acabó, adiós...
-         Anda ya, no te lo crees ni tú, con lo que te gusta dar la nota; con lo vieja que eres pese a tanto leafting; con la de cosas que has inventado para que se hable tanto de ti...
-         Bueno, míralo si no te lo crees –me extendió ante las narices un papel con membrete judicial, me fui a la última página, ya no aguanto las parrafadas en jerga....

Y leí el FALLO a salto de mata: “Vistos lo hechos y fundamentos de derecho, visto el informe del Ministerio Público y vistas las consideraciones realizadas por la Abogacía del Estado y la Acusación Popular..., este Tribunal decide la prohibición absoluta de la Navidad y de todos los actos derivados de dicha celebración... Esta sentencia no admite recurso...” Mi perplejidad me impidió seguir leyendo.

-         ¿Y  que piensas hacer?
-         Anda este. ¿Tú que harías si un juez prohibiera tu existencia?
-         ¿A mi me lo preguntas?, ¡a mí!, cuya existencia fue prohibida por Ley, hace ya años...

Se hizo un silencio espeso y absurdo, el que resulta de intentar explicar lo inexplicable. La vieja dama derramó dos lágrimas tan rituales como sinceras, antes de volver a hablar:

-         Creo que habría entendido casi cualquier argumento para que declarasen mi prohibición, pero que lo hayan hecho argumentando que mi presencia causa una “grave alarma social” me sume en la más absurda de las incomprensiones.
-         ¿? –era ciertamente difícil entenderlo, ni siquiera me molesté en intentarlo. Noté que mi silencio no le incomodaba, en sus gestos dejaba entrever que iba a intentar explicarse...
-         Los mismos que me idolatraron y me encumbraron a niveles infinitos han terminado acusándome hasta la prohibición. Yo nunca quise llegar donde llegué. Pero tampoco me negué a evolucionar (qué remedio), aunque a veces pensara que la cosa se estaba yendo de madre... Porque ya se sabe que una orgía no tiene reglas, y que el carnaval es una fiesta pagana, pero lo mío y lo de la Semana Santa, la verdad, es que había ido tomando un cariz que yo ya ni me acordaba qué puñeta celebrábamos... ¿Tú te acuerdas de aquella película llamada “Plácido”? –asentí con la cabeza-; bueno, tal vez no fuera un fiestorro en toda regla lo que allí se cuenta, pero sí era una fiesta bastante fiel a los orígenes; sobre todo era humana, cálida, emotiva, la gente se juntaba para sentir el calor de la familia y los amigos; para compartir, mucho o poco; para ayudar a los necesitados e ilusionar a los niños... ¡Coño, para ser personas!. ¿Te aburro con la historia, verdad, seguro que tienes prisa? –interrumpió su relato con cara de ésto me está quedando largo...
-         No. Te equivocas. Lo mejor que tiene mi estado de inexistencia legal es que no tengo prisa, escucho y pienso lo que me da la gana, mi tiempo es mío, las gilipolleces del trabajo no existen, lo políticamente correcto me la “refanfinflar”, saco conclusiones de lo que veo y oigo en persona, y me cisco en la alarma social que inventan a diario la prensa, los jueces y los políticos. Vamos que soy libre, feliz y dispuesto a escucharte, aunque sólo sea por lo que te amé de niño... Y eso aunque yo sea más de “Que bello es vivir”-a la vieja dama le brillaron los ojos y siguió su relato:
-         Intuí que no era bueno lo de adelantarme casi al final del verano, pero me dejé querer. Me pareció abusivo el dispendio en iluminación contaminante, con tanta gente necesitada, pero pensé en la ilusión de los niños... Lo de las comilonas me dejaba confusa, la gente compartía, pero muchos terminaban sacando comentarios desafortunados, de esos que produce el exceso de alcohol; y no hablemos de las discusiones de cuñados en las celebraciones familiares... En fin, cada vez todo iba pareciendo más otra cosa que no era yo, pero a ver quién se resiste al influjo imparable de la modernidad postmoderna que parece reinventarlo todo a golpe de publicidad... Pero si esto ya era difícil de comprender lo peor fue cuando mis mismos idólatras decidieron llevarme a los tribunales: El Corte Inglés me denunció por competencia desleal, y atentado frente a la sostenibilidad mediambiental, que ellos habían adoptado como lema de oro de su nuevo marketing, y montaron “el caso de la iluminación navideña”... Los ayuntamientos se unieron a esa causa, aunque reconvinieron acusando a los grandes almacenes de los gastos extraordinarios generados por los envases excesivos, los horarios maratonianos, el fomento de las pandemias al juntar a tanta gente y el consumo voraz imposible de controlar por su propia voracidad fiscal; de paso se querellaron también contra las empresas que organizaban botellones bajo forma de cotillón findeañero. Coca Cola, no aguantó la presión anglosajona y propició el cisma definitivo entre Papa Noel y los Magos de Oriente. Las asociaciones de víctimas de accidentes de tráfico también presentaron su querella frente a mi alegando que en mi fiesta la gente bebía y se estrellaba más que nunca en la carretera... Los vendedores de alcohol salieron en mi defensa, pero las voces de los políticamente correctos acallaron su defensa... Cuando tocó el reparto judicial, mi asunto cayó en la mesa de un juez cobarde, mediocre y corto de miras que fue incapaz de entender ningún argumento de mi defensa: La fraternidad, la generosidad, la renovación..., había tantos valores en mi historia. Pero no, el informe del fiscal fue demoledor: tantos borrachos, tantos accidentes, tanta indigestión, tanta contaminación, tanta gripe z, habían generado una “alarma social intolerable” por muy divertida que hubiera sido la cosa... La abogacía del estado, asesorada por las agencias de riesgo que inventan y deciden las crisis, cuantificó las pérdidas y concluyó que superaban a las ganancias... No me lo podía creer, los mismos que me encumbraron me estaban defenestrando... Aquellos que me convirtieron en “becerro de oro” renegaron de mí alegando que mi imagen consumista y derrochadora les ensuciaba la fama... Y el juez cobarde, mediocre y corto de miras se portó como cabe esperar de alguien así: “Si no te condeno a ti seré condenado por tus denunciantes. Si te indulto, seré condenado por los que están en tu misma situación y esperan mi clemencia...” Aquel juez pudo hacer historia, pudo hacer justicia, pero sólo era un hombre pleno de potestas y falto de auctoritas, por cobarde, mediocre y corto de miras. De poco le servía su real sitio, pleno de palacios y jardines, siendo como era cobarde, mediocre y corto de miras... Y me condenó.
-         Vaya, se parece tanto a mi historia, que no sé si me da pena o risa, pese a todo lo que te quise cuando era niño y no dormía de nervios por esperar a los Magos... Pero en fin tampoco hagamos tragedia, que tu hermana La Semana Santa, está a punto de caer y ya sabes que “mal de muchos...” En fin, que tenga suerte. Y tú no dramatices, que aunque la vida sea así de cruel yo me voy de viaje a las Islas Afortunadas...
-         Pero oye –preguntó algo mosqueada la Navidad-, ¿tú quién carajo eres para hablarme con tanta auctoritas?
-         Vaya, pensaba que ya lo sabías. Soy El Sentido Común -dije poniéndome de pie y dándole dos besos de despedida-, y te recomiendo que dejes de hacer mala sangre y te cojas un avión, como todos, rumbo a cualquier parte, a pasar lo mejor posible este tiempo de alarma social...

En un tren entre Madrid y Valencia, 15 de diciembre de 2009

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