No sé muy bien que razón me lleva tantas veces a pensar este verbo; al menos, no soy capaz de identificar la razón consciente de valorar tanto esta palabra.
Intuyo una conexión entre el renacer y la eternidad (y no me cuestiono si es la eternidad cristiana, o el eterno retorno, o cualquier otro modo de perpetuarse en el tiempo y el espacio), me importa, sobre todo, el hecho en si mismo: RENACER, que es más metáfora que realidad, como la mayor expresión de dignidad que puede tener una persona.
EL RENACER cada día, recomponer las ilusiones rotas del día anterior, mirarse al espejo como un ser nuevo, distinto e ilusionado con volver a ser. Admiro a quienes son capaces de hacer esto cada día, a veces con vidas durísimas, lastradas por la enfermedad, el dolor, el trauma, la escasez, la necesidad total e incluso la nada. Cada hombre, cada mujer que es capaz de este ejercicio cotidiano es el héroe de su vida, y tomados de modo colectivo, forman el heroísmo humano como virtud, como la forma más elevada de actividad humana posible.
Me deslumbra el hecho de renacer, me gusta renacer cada día, y estoy convencido de que sólo esta posibilidad es la que hace que la vida tenga sentido.
Cuando la guerra, el hambre y la enfermedad asolan al mundo menos desarrollado; cuando la corrupción, el dios dinero, el ansia de poder y el sinsentido ético dominan los medios de comunicación, y la sociedad del mundo más desarrollado, sólo la posibilidad de renacer tiene sentido.
Ya sabemos que la humanidad superó su oscura Edad Media mediante un glorioso Renacimiento. Y no es un juego de palabras; ni la humanidad ni la filosofía saben a ciencia cierta si las palabras dan vida a las ideas, o es al revés, o es recíprocamente simultáneo.
Yo sólo sé que la gente más valiosa que conozco se caracteriza por su capacidad de renacer: son gente de alma grande, de gran sinceridad, capaces de reconocer sus errores sin vergüenza, magnánimos porque no conocen la palabra rencor y llenos de esperanza en que mañana será mejor. Es gente que ha sufrido hasta superar la tentación nihilista que dice que también la esperanza mata.
Yo me esfuerzo por renacer cotidianamente, como el ave Fénix. No siempre lo consigo, pero sólo el intento, a veces, es suficiente. El ritual de renacer empieza por mirarse al espejo sin miedo; por elegir la ropa y la sonrisa que llevarás ese día; y por decidir que nada hay tan malo que no merezca un intento de comprensión.
RENACER es AMAR.
Rafa García
Valencia, 23 de diciembre de 2005
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